La idea es recrear la naturaleza en medio de las ciudades haciendo gala de un sutil refinamiento y un mantenimiento impecable
En Colombia tenemos una concepción un tanto errada de los parques; los concebimos como espacios de piso duro con bancas, fuentes de agua, monumentos (por simples que sean), esculturas y cosas por el estilo, cuando no es que los llenamos de columpios y mataculines o —la tendencia actual— de aparatos de ejercicio similares a los de un gimnasio. De zonas verdes y árboles, muy poco, casi nada.
Algo muy distinto se ve en esas ciudades que están a la vanguardia en calidad de vida en el mundo. En las principales ciudades de Australia, Canadá, EE. UU., Japón y la Eurozona abundan los parques, pero los parques de piso blando, de pura vegetación, con árboles, prados, jardines y lagos, cruzados por caminos que permiten su disfrute mientras se hace un desplazamiento a pie o en bicicleta.
En ellos, el cemento es mínimo, apenas el requerido en los senderos, y el amoblamiento urbano, escaso. La idea es recrear la naturaleza en medio de las ciudades haciendo gala de un sutil refinamiento y un mantenimiento impecable: céspedes bien cortados, limpieza absoluta y seguridad estricta.
Además, en esos países no tienen ese torpe concepto de ‘lote baldío’, no consideran que un terreno esté de balde tan solo porque en él no haya nada construido ni se destine a la labranza, y no tienen esa pulsión por los lotes de engorde ni creen que todo se deba urbanizar muro con muro, hasta el último metro de terreno.
Aquí, en cambio, nos vienen insistiendo con el cuento de densificar las ciudades, como si eso no tuviera límites, como si la extrema densidad no derivara en hacinamiento con todos sus problemas. Y, en medio de esa propaganda, nos despertamos un día con la noticia de que, según ONU Habitat, Medellín es la tercera ciudad más densamente poblada del mundo, con 19.700 habitantes por kilómetro cuadrado, después de Daca, en Bangladés (44.500 hab/km2), y Bombay, en la India (31.700 hab/km2), verdaderas megalópolis con graves problemas de pobreza, violencia, contaminación, informalidad y otros que también tenemos aquí. Una distinción que no constituye ningún honor, aunque abundan los expertos empecinados en compactar la ciudad hasta el tope.
En medio de esta discusión se ventila a menudo la necesidad de tener más parques y espacios públicos, por lo que en el Concejo de la ciudad se ha mencionado, incluso, la posibilidad de comprar cuadras completas con el fin de convertirlas en parques, sin tener en cuenta algunas alternativas que no requieren demoler manzanas enteras y desplazar a sus habitantes.
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Por ejemplo, están los bienes que pertenecieron a la mafia. Se ha dicho que la rehabilitación estructural del edificio Mónaco cuesta 33.000 millones de pesos tan solo para poderle dar alguna destinación, un gasto absurdo. Sin duda, lo ideal sería demolerlo para que se convierta en una zona verde para ese sector. Otro caso es el de la mansión Montecasino, cuya casa podría mantenerse en alquiler cómo está en la actualidad, pero cuyas zonas verdes deberían abrirse para el disfrute de la comunidad. También debería demolerse una mansión ubicada en la Loma de los Balsos que fue propiedad de Gonzalo Rodríguez Gacha, así como la casa que habitara René Higuita, hoy en ruinas, que se encuentra en proceso de extinción de dominio, entre otras.
Igualmente, el lote del edificio Space debería convertirse en un parque, y es una verdadera pena que el Idea haya vendido a una constructora el viejo lote del Ministerio de Obras Públicas en el sector de San Diego, por lo que ya no veremos un necesario parque sino una decena de torres. En Bello, el Gobernador quiere convertir el ‘parque’ Tulio Ospina en una selva de cemento: allí construirá una universidad, un templete eucarístico, un autódromo (bajo el eufemismo de ‘parque de deportes a motor’) y hasta la Fábrica de Licores de Antioquia.
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De hecho, sacar la licorera de su actual ubicación, solo para aprovechar ese lote en proyectos habitacionales o comerciales, es un adefesio, lo mismo que ocurrirá con el lote de la empresa Peldar, en Envigado. Puro ladrillo. ¿Es que no hay límites? ¿Cómo es posible que en Sabaneta, el municipio más pequeño de Colombia —que en la práctica es un barrio de Medellín—, se hayan duplicado las viviendas y los habitantes en cinco años? Se habla de 90.000 habitantes cuando en 2012 eran unos 40.000. Y esta área metropolitana es la región más contaminada del país. ¿Esa es la tal innovación?