Acelerar el proceso de movilidad social acrecentando el bienestar es el reto para sostener el sistema capitalista en general.
La pobreza no está en los genes; no es una huella natural sino histórica aunque puede producir daños biológicos. Pero como trasciende generaciones acerando la historia de los pobres, a los racistas y a los clasistas les parece que es una impronta de la especie humana y por tanto ley biológica; y, a otros, en una dimensión más trascendente, les parece que es designio divino irresistible e irremediable.
Vea: Democracia política vs democracia social
Desafortunadamente, aunque no es genéticamente hereditaria, si se hereda. Por ejemplo, si se mantuviera el mediocre desarrollo de la mediocre sociedad capitalista en Colombia la movilidad social seguiría siendo tan lenta como un cambio genético. En efecto, una familia colombiana pobre, apenas con un ingreso mínimo, Sisben, algún grado de escolaridad, dos o tres cachivaches domésticos más un perrito y un gato, tardaría más de ciento cincuenta (150) años para lograr condiciones que le permitan vivir en el nivel de bienestar de una familia de estrato medio: salud, educación, vivienda, trabajo, libertad y seguridad. La posición en la escala social aminora el tiempo requerido.
Como la pobreza es un lastre ético, político y económico para el capitalismo moderno, adquiere hoy relevancia la recomendación de la Ocde para mantener la pobreza en sus manejables, gobernables o “justas” proporciones con el fin de sostener el normal desarrollo de un sistema capitalista moderno, aun así a muchos esta advertencia les huela a azufre santificado.
Como la economía en manos de los gobernantes es cada vez más una tecnología y menos una ciencia a pesar de la severidad de los ministros que se ufanan de sus análisis como si fueran oráculos de una “Universae Episteme” o “Mathesis universalis”, el reto de los gobiernos en sociedades como la nuestra con un capitalismo mediocre, es técnico: cómo disminuir la pobreza, sin poner en riesgo el capital y resquebrajar la gobernabilidad. No es pues una obra de caridad, contrición de corazón o efluvio de bonhomía: es una necesidad del sistema, que se considera buena por es útil y eficiente. El criterio de utilidad no quita lo que la decisión técnica tenga de bondadosa y de solidaria, porque si se omitiera la decisión se consideraría malo por oposición a la solidaridad e inútil por ineficiente. Ya sabemos que si se hace mal podría pasar lo de Venezuela donde se terminó sacrificando la democracia política por una pretendida y fallida democracia social y que al eludirla se aplazan las consecuencias no sólo económicas sino políticas.
Cuando afirmo que es una necesidad del sistema no me refiero a que exista una entidad que nos exceda individualmente y que resista toda paciencia o cambio o que exista una especie de central de mando independiente y autónoma situada en algún lugar desde el cual algún omnisapiente regula y manipula todo de manera inexorable, como piensan el paranoico, el pesimista y el conspirador. Una cosa tal no existe. Lo que existen son costumbres que conforman una red con muchos nodos en la cual la autonomía es más o menos limitada de acuerdo con las circunstancias. Y en esa red que se llama sociedad capitalista hay costumbres que se hacen reglas y las más conspicuas de hoy las pone la Ocde y no cumplirlas tiene consecuencias no sólo externas, puesto que un país podría resistirlas y aislarse hasta que aguante la presión, sino también internas porque un gobierno podría resistirse hasta que aguante la presión.
Acelerar el proceso de movilidad social acrecentando el bienestar es el reto para sostener el sistema capitalista en general. Puesto que la democracia política depende en grado sumo de la democracia social y del adecuado balance entre ambas depende la estabilidad del sistema, cerrar la brecha de la desigualdad social y acrecentar la movilidad es una estrategia política ineludible. Una inmensa cantidad de los más de ocho millones de ciudadanos que votaron a Petro que no son petristas en sentido literal y una inmensa cantidad de ciudadanos que votaron a Duque que no son uribistas en sentido literal, quieren lo mismo. Ese es el mensaje que yo leo en las elecciones pasadas: el de una amplio sector de la sociedad que aspira al ascenso social porque “habiendo probado chata ya no quiere comer gordana”.
Vea: Dos modalidades de capitalismo
Por eso hay que desgranar despacio en la recomendación de la Ocde sobre la aceleración de la movilidad social. Y los gobernantes de hoy, generalmente gente de clase media alta, capitalistas por vocación y profesión y algunos hasta dueños de pequeños capitales, saben cómo hacerlo. El primer escollo es que es un proceso costoso económica y políticamente. Sabemos que se opondrían quienes están dispuestos a sacrificar las instituciones políticas de la democracia liberal para acelerar el proceso; aquellos a quienes la cultura pequeño burguesa ha hecho serviles con los poderosos y repelentes con los débiles; quienes tienen grandes propiedades rémoras y son subvencionados como pobres; muchos que, viviendo al borde del sistema y aún por fuera de él, han hecho de la premodernidad capitalista y de los atajos legales un gran negocio; otros a quienes la pobreza ha convertido en seres resignados y, por último, quienes medran políticamente en su resignación.