El relajamiento de las prácticas políticas viene siempre acompañada del imperio de quienes se han apoderado de la noble tarea de propiciar el intercambio social, para imponer a cambio la vulgaridad.
El tema del populismo reclama la atención del pensamiento político desde hace unas décadas en que éste se ha ido camaleonizando bajo diferentes retóricas, aprovechándose del vacío ético creado por la debilidad de los llamados partidos tradicionales, del descrédito de los políticos, un vacío de contenidos democráticos llenado ruidosamente con muchas de las consignas y las estrategias de movilización arrebatadas a la izquierda histórica, la cual, burocratizada, terminó por olvidarse de la defensa de ese pueblo al cual invocaron para enarbolar las banderas de la “revolución”, esa clase obrera que terminó por ser convertida en un slogan publicitario para esconder su traición, y continúan siendo, sin embargo, el pueblo, las etnias olvidadas, manipuladas hoy por otros intereses. Cabe entonces preguntarse ¿A quién representa el populismo de los sindicatos, un grupo de privilegiados personajes que como en el caso de Colombia fueron incapaces de defender los contenidos históricos de la clase obrera y solamente se han valido del populismo para chantajear en beneficio propio a los gobiernos de turno? Fue Marx quien advirtió de los peligros que entrañaba para los intereses del proletariado estas dirigencias sindicalistas. Estos mismos peligros los señaló respecto a la trampa mortal que para su imagen del revolucionario supone el aburguesamiento que conlleva la llamada vida parlamentaria. Sigo con mi indagatoria ¿cómo auto autocalificarse entonces como representantes del pueblo si nunca han sido capaces de definir unos nuevos contenidos que “ya no serán revolucionarios”? “Es característico en nuestra época: no que el vulgar crea que es sobresaliente y no vulgar, recuerda Ortega y Gasset, sino que el vulgar reclame e imponga el derecho de la vulgaridad, o la vulgaridad como un derecho” El relajamiento de las prácticas políticas viene siempre acompañada del imperio de quienes se han apoderado de la noble tarea de propiciar el intercambio social, para imponer a cambio la vulgaridad que supone “dirigir la sociedad sin capacidad para ello” El prístino concepto de pueblo se transforma en manos de los demagogos en la agresión de la turbamulta, en la histeria populachera, la razón termina por sucumbir ante los más bajos instintos desatados por estos adalides del resentimiento social . ¿Por qué si tanto detestan a la alta sociedad caen en la caricatura de remedar las etiquetas de ésta, es decir caen en la ordinariez que supone la corrupción, los dineros mal habidos del terrorismo? Al ver la mansión de Raúl Castro y conocer de la hambruna que comienza a vivir el pueblo cubano, resalta la vulgaridad de este personaje equiparándose a cualquier vulgar mafioso. ¿No es la vulgaridad de Maduro y de sus compinches lo que horroriza al mundo civilizado?
Ortega y Gasset, Karl Krauss, Finkelkraut, Canetti, Kakutani, entre otros pensadores han analizado esta perversión política mostrando los daños que logra hacer en una sociedad este aventurerismo que ahora en Colombia y de la mano de Petro y sus secuaces, con la colaboración de importantes medios de comunicación busca corroer la democracia, respondiendo al ciego rencor de unos malos perdedores. ¿No fue negando el diálogo e imponiendo la llamada “acción directa” como se impuso el fascismo? “Esto quiere decir, argumenta Ortega, que se renuncia a la convivencia de la cultura, que es una convivencia bajo normas, y se retrocede a una convivencia bárbara. Se suprimen todos los trámites normales y se va directamente a la imposición de lo que se desea” La libertad de expresión, el derecho a la huelga, a la protesta pública se convierten en asonada, en conspiración permanente contra las instituciones, en un calculado descontrol de la vida pública donde la opinión es sofocada por el improperio y la injuria, donde al ser humano se le rebaja a la condición de fiera.