El vandalismo contra las universidades del Estado nos cuesta mucho a los colombianos en funcionamiento y desequilibrio de calendarios, pero sobre todo en progreso y esperanzas
El caos que se genera por culpa de los violentos se ha vuelto normal para los colombianos. Hay un para poder que se apodera de los espacios que deberían ser del disfrute de todos, y en eso hemos caído aun tratándose de los campus de las universidades y establecimientos educativos públicos. No es nuevo el fenómeno, pues hace cincuenta años el inolvidable presidente Lleras Restrepo tuvo que recordarles a los revoltosos de la Nacho, que no había extraterritorios vedados al Gobierno, aunque le costo una lluvia de piedras y las protestas de los de siempre, los que pretenden mantener santuarios del desorden.
En este país se tilda de derecha cualquier idea o actitud que pretenda establecer el orden necesario para el normal transcurrir de las comunidades. El centro de la polémica, las críticas y las condenas es en estos momentos nuestro recién posesionado alcalde, por cuenta de un documento en el que expresa su voluntad de proteger la academia de los actos violentos de una minoría de los que no se conoce su origen ni sus propósitos. El vandalismo contra las universidades del Estado nos cuesta mucho a los colombianos en funcionamiento y desequilibrio de calendarios, pero sobre todo en progreso y esperanzas.
Medellín se nos volvió tierra de nadie por cuenta de la ausencia de mando de las autoridades. Nuestros mandatarios tienen miedo de que las encuestas los vuelvan impopulares. Si hace cincuenta años hubieran medido la aceptación del presidente, seguramente le hubiera ido muy mal; sin embargo, hoy, cuando treinta o cincuenta personas obstaculizan un cruce de vías originando la parálisis total de la ciudad, nos devolvemos en el tiempo y ponemos de ejemplo a aquel que fue capaz de transformar el país con mano fuerte y una mente proclive a las ideas que llevaron el país por los caminos de la inclusión y la verdadera paz.
No debe tener temores de ninguna clase nuestro alcalde cuando se propone proteger la Universidad del caos. La educación es el real medio de superación de nuestros jóvenes y de desarrollo de la sociedad. Cualquier cosa que se haga para que efectivamente cumpla su rol, es loable. Hay que entender de una vez, que el sistema educativo es una función social y que su sostenimiento y preservación, es inversión social, esa si cierta y efectiva. Lo sorprendente es que haya estamentos que defienden la capucha y los explosivos, escudados en una convenenciera concepción de autonomía universitaria y libertad de catedra.
Esos protocolos, señor alcalde, son buenos pues nos devuelven la confianza de estar protegidos por las autoridades. Ojalá haya más de esos sobre tantos problemas que tenemos en Medellín, poder atravesar la avenida Oriental sin que las carretillas llenas de mango y manoslibres obstaculicen el paso de los peatones; que no haya fronteras invisibles ni combos adueñados de los barrios; que la violencia deje menos o ningún muerto; en fin, que hay un solo nuevo protocolo que indique que la Administración va a cumplir con su papel constitucional de protegernos. Tranquilo alcalde, los decentes lo respaldamos.