No sabe bien la sangre, ni derramarla es el ideal de la función pública. Hay que volver al ánimo de la reconciliación, de la resocialización y del reencuentro de la dirigencia nacional con la ciudadanía.
Las comunidades irregladas se tienen que caracterizar por la violencia. Al no haber hitos de comportamiento, la ley del más fuerte se impone como única forma de sobrevivencia y poder. Pero contrariamente, ese propósito tácito de organizarse de las personas vinculadas por aspiraciones y valores comunes es lo que nos hace transitar de la horda a la sociedad. Mantener la institucionalidad no es tarea fácil para quien, no entendiendo la verdadera función del Estado, llega a las altas dignidades de gobierno y administración de lo público, sólo con el propósito de alimentar su ego, o de derivar coimas y prebendas.
Vea también: El legado del presidente Santos
Los estados se van corrompiendo cuando la democracia representativa no representa a nadie, cuando ser elegido es la consecuencia de irrespetar al pueblo, cuando la voluntad popular es manipulada y vencida desde su propia ignorancia, cuando se llega con el mero compromiso de recuperar la inversión. Los mismos ciudadanos vamos sepultando el derecho a exigir la buena administración del patrimonio colectivo, pues nada hay que reclamar cuando se elige a un bandido a sabiendas de su condición, cuando aceptamos las campañas de odios y cuando no hay error en la persona del criminal elegido.
Y ese derecho a ser gobernados de manera impoluta y ecuánime que tenemos los ciudadanos, se tergiversa desde los confusos conceptos de nuestros dirigentes, pues no se puede contener la sangre con más sangre, ni se pueden responder los actos de barbarie con represión. El buen gobernante tendrá que ser más sabio que sus gobernados, tiene la obligación de rescatar la paz, la armonía y buen vivir para la sociedad, no disparando contra la población, sino ofreciendo opciones de reivindicación, caminos hacia la equidad y la justicia social, entendiendo a la gente y las causas de la descomposición.
Pero hay que aceptar la mano de quien pide ayuda para reincorporarse. Para eso es importante que asumamos todos el acervo de normas que constituye nuestro norte ético, pues no podremos llamar a alguien criminal, cuando estamos cometiendo las mismas o peores acciones. Lo correcto para los demás, tendrá que ser lo que acogemos como correcto desde la propia conciencia ciudadana, asumiendo la responsabilidad con el gran pacto social que es el Estado y aspirando siempre a que cada día haya más personas en sintonía de la legalidad y el acatamiento de las normas de convivencia.
Vea también: El legado del presidente Santos
El hecho de que nuestro conflicto sea tan viejo no puede ser excusa para habituarnos al sabor de la sangre: vemos derramar la de niños inocentes, la de soldados y combatientes, la de madres inermes, la de delincuentes y agentes del orden. No sabe bien la sangre, ni derramarla es el ideal de la función pública. Hay que volver al ánimo de la reconciliación, de la resocialización y del reencuentro de la dirigencia nacional con la ciudadanía. Es mas duradera la paz, cuando se consigue con educación y oportunidades de crecimiento, pues el enfrentamiento y la sangre son el mejor abono para la destrucción y la guerra.