Los otros, que se entregaron a cambio de nada, se hundirán en largo pesimismo, cuya duración nadie puede pronosticar.
Hoy, ante los hechos cumplidos y la dura realidad, algunos, derramando lágrimas de cocodrilo, se duelen de que la MUD, oposición venezolana, perdió la batalla contra el gobierno, debido a sus propios errores y vacilaciones. Mas, si de repartir culpas se trata, hay que señalar también a la oposición externa representada en las cancillerías del continente. Que por su vecindad cuentan bastante: sus países se están viendo, directa o indirectamente, afectados e implicados en la crisis, por lo que sus pronunciamientos, sean cuales fueren, tienen incidencia. Los miembros más destacados de la OEA y organismos análogos que - exceptuados los pocos que siguen agradecidos por tanta dádiva recibida- siempre fueron demasiado laxos con Maduro, al punto de que sólo en las últimas semanas vinieron a llamar las cosas por su nombre y a calificarlo de dictador e ilegítimo, olvidando que Maduro y quienes lo rodean se han robado todas las elecciones habidas bajo su mandato, empezando por la primera, que refrendó hace 4 años su título de presidente y fue producto de un fraude que, salvo ellos, todo el planeta presenció.
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A las cancillerías que osaron hablar les faltó vigor y oportunidad en la censura. Incluidas las del otro bando, de signo ideológico opuesto, como Brasil y Argentina ahora. Esto hizo que los partidos y agrupaciones del interior, desafectos al régimen, finalmente perdieran el resuello, en el momento en que más lo necesitaban, cuando la repudiada Constituyente estaba por instalarse hace dos semanas. Amenazaron los diputados con no desocupar el recinto del Congreso, de donde los querían sacar siendo suyo, y a la hora de la verdad lo desocuparon en silencio. No opusieron resistencia alguna. Lo cual repercutió en la calle, donde los estudiantes día tras día ponían los muertos para encontrarse con que en el momento crucial los diputados, esquivando riesgos, los abandonaban a su suerte. Lo que se les reprocha a tales dirigentes no es el miedo (que casi nadie, ni entre los más cuerdos y equilibrados, ni entre los farsantes que fungen de héroes, logra controlar, por ser el miedo efecto del instinto primario de supervivencia) no es el miedo lo que se les reprocha, sino la baladronada en que incurrieron cuando se comprometieron a permanecer en sus sillas, acaso para reanimar la protesta callejera. La misma fantochada del orate Maradona, quien ofreció empuñar un fusil en Caracas contra los yanquis cuando todos sabemos que, atrapado en el vicio de la droga, ya no le funcionan ni los pies, que fue lo único que Dios le dio y que ahora ya no le sirven ni siquiera para huir de sí mismo.
También adentro flaquearon pues los adversarios del régimen. Al comenzar el lance que acaba de concluir ya se vislumbraba la claudicación en que cayeron casi todos. Se sabía que el pulso lo ganaría el más resuelto y lo perdería el primero en flaquear. Faltó apoyo exterior, como ya lo vimos (lo menos que se esperaba era la ruptura de relaciones diplomáticas) pero si la oposición no se hubiera doblegado como lo hizo, prematuramente además, muy probablemente habría terminado por obligar al dictador a una transacción que al menos llevara al restablecimiento gradual de la democracia.
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Dada la fragilidad e incoherencia de la contraparte, y sus rivalidades internas alimentadas en la vanidad de todos sus actores (con dos o tres honrosas excepciones) siempre en trance de celebridad y de catapultarse, en medio de tanto desconsuelo como queda, los unos se envalentonarán mientras los otros, que se entregaron a cambio de nada, se hundirán en largo pesimismo, cuya duración nadie puede pronosticar.
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