Los hechos sirvieron para traer a la memoria la génesis de lo que ha sido, al menos durante el mandato de Trump, el enfrentamiento secular de blancos y negros.
El mundo ha asimilado en las últimas semanas -en pro y en contra– el poderoso mensaje transmitido por hombres de color arrodillados en un terreno de juego o simplemente en la vía pública, como enfática protesta a los atropellos que contra su etnia han sido propinados desde época inmemorial por las autoridades blancas de los Estados Unidos.
Las dos últimas víctimas aportadas por los negros a esa práctica de terror fueron George Floyd, asesinado en público y son sevicia inaudita por un policía blanco en Mineapolis, el 25 de mayo, y Rayshard Brooks, muerto en Atlanta, por la espalda, el 12 de junio.
Dos casos más que sirvieron para exacerbar los ánimos y desatar, no solo más genuflexiones en las calles, sino oleadas de protestas que casi siempre degeneraron en vandalismo, saqueo e incendios de propiedades en muchas ciudades, en simultánea con la airada respuesta del presidente Donald Trump, en la cual hasta llegó a insinuar a su ejército violar la Constitución para reprimir los desmanes.
Opuesto como siempre el mandatario estadounidense a esta clase de demostraciones por parte de los ofendidos, los hechos mencionados sirvieron para traer a la memoria la génesis de lo que ha sido, al menos durante su mandato, el enfrentamiento secular de blancos y negros.
Alérgico a esa orgullosa rodilla negra en tierra desde que el deportista Colin Kaepernick la sublimó en histórica noche, en un acto que le mereció el recordado y sonoro hijueputazo del presidente Trump, a este parecen conformarlo más las constantes genuflexiones de algunos dirigentes, no por invisibles para el vulgo, menos importantes en sus aspiraciones dictatoriales.
A falta de pan buenas son tortas pensará en su interín el rubio mandatario, al comparar las protestas visibles y orgullosas de sus conciudadanos de color que solo problemas le acarrean, con esas otras sumisas demostraciones que alimentan su insaciable ego y a veces llegan más rápido de lo que el mismo desearía.
Acaba de ocurrir con su desaforada pretensión de apoderarse del Banco Interamericano de Desarrollo al frente del cual ya dijo que pondrá una ficha suya, rompiendo una tradición de más de setenta años en los que la entidad ha sido orientada por manos latinoamericanas.
Más tardó Donald Trump en revelar su avidez burocrática a escala internacional, que el presidente de Colombia, Iván Duque, en acudir presuroso a brindarle su respaldo, sin siquiera tener en cuenta la opinión de sus socios ni las consecuencias funestas que tal zarpazo puede tener a corto, mediano y largo plazo.
Esta clase de posiciones sumisas por parte de un país que no tiene política exterior ni canciller, al decir del expresidente Ernesto Samper, es también una rodilla en tierra, con la diferencia de que no es altiva y admirable, como la de los negros, sino un ejercicio de calistenia al servicio de intereses no nacionales.
Posición no demasiado difícil de ejercer pues era nada más que la repetición de otras ya asumidas anteriormente, por ejemplo, con la vía libre dada a la presencia de la soldadesca estadounidenses en territorio colombiano, y el apresurado alineamiento frente a la doctrina asumida por Estados Unidos contra Cuba.
Aquello de llevar el hierro entre las manos para que no pese en el cuello, no son palabras huecas ni para sentirlas es necesario haber nacido en una altiva región: Se requiere también, de alma y corazón, renunciar a permanecer uncido a cualquier yugo, por lustroso que este sea.
TWITERCITO: Por ahí comentan que el que tanto se obsequia su valor abarata.