La ciudad, y dentro de ella la universitaria, son ejemplos vivos de la forma como transformamos los sueños en pesadillas.
Inolvidables las sabias lecciones del maestro Gonzalo Soto, toda su vida dedicada al estudio del pensamiento medieval, que no es tan oscuro como cuentan sus detractores, y que por el contrario nos enseña a reconocer que en lo pequeño está lo grande y que la simetría de la naturaleza y del ser son rotundas. Y eso me llevó a recordar los ratones feroces que se colaban en las carabelas de los conquistadores y que llegaban a tener dominio sobre los gatos. Esos ratones refutaban toda visión escolástica. Eran la modernidad voraz abriéndose paso.
En lo pequeño y lo grande se refleja la condición humana, lo mismo que observamos en la tierra se puede hacer visible en muchos entornos. Miremos la ciudad. Este paraje, que fue reconocido por Gosselman y otros viajeros como la segura muestra de la existencia del paraíso, y que luego fue denominada por sus propios habitantes como la tacita de plata, está convertida ahora en una verdadera bacinilla, sitio donde reunimos los detritus de varios siglos para convertirla en algo casi inhabitable.
Es la repetición de unos gestos que hablan de la desmesura, de la hybris inherente a la especie. ¿Cuándo se jodió el valle de Aburrá? Cuando las tensiones entre su crecimiento y su habitabilidad llegaron a punto muerto, pero ganó el crecimiento loco. Cincuenta mil carros nuevos cada año en una malla vial copada ya por el uso privado del espacio público con estacionamientos y torpes medidas oficiales de estrechamiento sistemático. Es solo un ejemplo.
Otro es la Ciudad Universitaria de la calle Barranquilla. Diseñada con generosidad y amplitud, arborizada a lo largo de varias décadas, con amor y solicitud, ahora está convertida en un espacio que colapsa de manera permanente. Se nos ocurrió adoptar como propias, o proteger las expresiones violentas del descontento social, y alzamos las voces contra la presencia de la autoridad municipal que quiere tratar de reducirlas, con métodos que no aprobamos, o que tomen la forma de expresiones políticas más convincentes. El tropel violento seduce, pero no argumenta. O no hemos entendido su ritmo y su estampido.
La ciudad, y dentro de ella la universitaria, son ejemplos vivos de la forma como transformamos los sueños en pesadillas. Igual hacemos con el planeta, reducido, por épocas, a un polvoriento incendio que no cesa, los bosques que ardieron en Australia caen como cenizas sobre los australes de Chile. El Sahara es el registro minucioso de la desmesura y la defoliación que practicaron todos los imperios que se asentaron en las orillas del Mediterráneo. No hay esperanza, no hay futuro para la especie y nos vamos a quedar cantando por siempre a nuestros muertos porque decidimos hacerlo todo a nuestra imagen y semejanza, en una metáfora interminable de nuestro destino terrible. Es el origen entrópico de nuestra desgracia y la suerte del planeta tal vez mejore cuando desaparezcamos. Por lo pronto vamos a seguir en nuestra tarea de roer minuciosa y vorazmente las bases de nuestra propia existencia.