Su escenografía para montar la moción de censura al ministro de Defensa fue la de un coreógrafo de Broodway, él fue el protagonista único pues convirtió en pálidas comparsas a quienes lo apoyaron en el coro
La farsa, nos recuerda el diccionario, es una pieza breve cuyo único objetivo es hacer reír. Se habla de farsa cuando se nos hace creer que hay un proyecto serio cuando en realidad es la escenificación de una gran mentira hecha por actores mediocres que nos causan una risa amarga: Marx en El dieciocho Brumario retrató al pequeño burgués que con Luis III irrumpe como protagonista de la vida social y que creyéndose un personaje histórico decide vestirse, peinarse como lo hacían los patricios romanos, la farsa. El Congreso se convierte en el escenario que propicia esta simulación: la necesidad de una nueva retórica se convierte en la casposa grandilocuencia de personajillos que destierran la grandeza y lo trágico de los verdaderos tribunos y entronizan el esperpento político “Es característico de nuestra época; - aclara Ortega y Gasset- no que el vulgar crea que es sobresaliente y no vulgar, sino que el vulgar reclame e imponga el derecho de la vulgaridad, o la vulgaridad como un derecho”. Cuando una sociedad al nivel de clase política cae en estas bajezas impera el descrédito de la confianza, entre otras cosas porque el maquillado actor político al pasar a un primer plano en la vida pública trae como consecuencia que los falsos tribunos usurpen el lugar de los héroes morales que toda sociedad necesita para crecer éticamente. No es extraño por lo tanto que al desaparecer la opinión pública como fiscalizadora de la política descubramos que en Colombia nos continúa acechando la continuidad de lo que con acierto se ha llamado la Patria Boba, ese condenable interregno que sirve para que de soslayo se introduzcan en las costumbres ciudadanas la semilla de los malos hábitos de las traiciones y de las mermeladas. Ante las cámaras de tv, Roy Barrera calculadamente se coloca de perfil en el momento en que Timochenko y Santos firman la Paz Fashion en Cartagena: con los ojos semicerrados, el cuerpo envarado en actitud solemne como un héroe patrio, el aplauso en ralentí. No es un intrigante de Palacio, un Rasputín criollo sino el hombre camaleón, Zelig el protagonista del filme de Woody Allen que se transforma a conveniencia y que ha utilizado su ingenio, paradójicamente, para desacreditar la vida política, fungiendo de poeta, de hombre culto, impostando en la voz un tono cavernoso con el cual él confía en que su histrionismo sea un argumento histórico ante un público parroquial. Su escenografía para montar la moción de censura al ministro de Defensa fue la de un coreógrafo de Broadway, él fue el protagonista único pues convirtió en pálidas comparsas a quienes lo apoyaron en el coro, las exguerrilleras que “nunca vieron a los niños reclutados por las Farc; vejados, violados, asesinados”; el títere enviado por César Gaviria para que mal leyera los fake news de Semana, etc. Fragmentó estratégicamente del bombardeo a un asesino narcotraficante la muerte de los niños guerrilleros en ese bombardeo, y, con el gesto melodramático de un actor de telenovela, obscenamente ideologizó el horrible atentado donde “solamente se logró rescatar las manos de una niña”. Banalizó gracias a este melodrama la verdadera responsabilidad de los reclutadores de niños de las Farc y les dio a éstos y a los narcotraficantes vía libre para seguir actuando con impunidad. La renuncia del ministro debió hacerse mediante la crítica democrática- yo no estuve nunca de acuerdo con su nombramiento por su falta de contundencia ideológica- y no recurriendo a una moción de censura escenificada por la oposición para levantar una nube de humo frente al próximo enjuiciamiento de las Farc por el reclutamiento de niños, para disimular la cobardía y el fatal egoísmo de Cambio Radical, del Partido de la U y el Liberalismo conspirando al lado de los terroristas en lugar de defender críticamente la democracia. Curioso, Petro dijo lo importante: los grupos mafiosos se están apoderando de los territorios del Cauca y sometiendo a las comunidades indígenas a su dominio. (A la memoria de Guillermo Gaviria Echeverri)