Corresponde a la ONU, romper su cómoda indiferencia y comenzar a ocuparse de la solución de un desastre que creció en sus barbas.
La carrera de Nicolás Maduro y sus conmilitones para afianzar la dictadura chavista exige a la comunidad de naciones activar sus potestades, definidas en tratados internacionales de los que Venezuela es signataria, para proteger a una nación asolada y a un pueblo sometido a vejámenes, aislamiento y miseria por una casta corrompida y sediciosa.
La ONG Reporteros sin Fronteras, que no está propiamente conformada por grandes conglomerados de comunicación, ha denunciado que sólo en lo corrido de 2017 han sido cerrados ¡49! medios de comunicación. Los últimos afectados por la censura fueron los colombianos RCN Televisión y Caracol Televisión, así como dos respetadas emisoras nacionales del FM. Tras esto, sólo aquellos ciudadanos que, en la miseria reinante, puedan darse el lujo de acceder a internet, precario por cierto, podrán romper las barreras del aislamiento a que los somete la satrapía reinante.
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Las detenciones y hostigamientos a los líderes más independientes empiezan a hacer mella en algunos de ellos, provocando su huida. Colombia ha concedido protección, bajo la figura de refugio, a la fiscal Luisa Ortega y su esposo, y la semana pasada brindó ese amparo a seis magistrados del Tribunal Supremo de Justicia que habían sido elegidos por la Asamblea Nacional y contra quienes el chavismo había impuesto espuria medida de detención.
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Ahogado por su incapacidad financiera, y el derroche de su predecesor además del propio, Nicolás Maduro avanza a pasos agigantados en la cesión de la soberanía nacional, los bienes públicos y la escasa riqueza que hoy genera Venezuela, a sus dos poderosos financiadores: Rusia y China. A cambio de la entrega de créditos a manos llenas, los países montan un gran enclave en continente americano y, como si fuera poco, ganan jugosas ganancias en intereses de oportunidad, la suya, y participaciones en las empresas estatales venezolanas.
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La acción internacional es ya una necesidad. Y no puede asumirla la OEA, pues con inmensa valentía Luis Almagro jugó todas sus cartas y fue hábilmente bloqueado por los validos del chavismo. Corresponde, entonces, a la ONU, romper su cómoda indiferencia y comenzar a ocuparse de la solución de un desastre que creció en sus barbas.