Una nimia e inofensiva actuación -intentar la limpieza de un vidrio manchado- materializada después de una manifestación de protesta y en la cual el vandalismo volvió a hacerse presente, ha servido a los impulsadores de la ofensiva contra Quintero para despojarse de su máscara.
Era de suponer que a las nueve de la noche del domingo 27 de octubre de 2019, contabilizados ya los 304.034 votos que logró Daniel Quintero para convertirse en el nuevo alcalde de la ciudad, terminaba la agitada campaña, posiblemente la más sucia adelantada en Medellín contra candidato alguno.
Craso error, pues ahora, a escasos tres meses de lo que se presumía final, viene a saberse que la tal campaña lo que tuvo fue un receso, y que ha vuelto a reanudarse con todo ímpetu y fiereza, no ya contra un candidato sino contra la primera autoridad de la ciudad.
Una nimia e inofensiva actuación -intentar la limpieza de un vidrio manchado- materializada después de una manifestación de protesta y en la cual el vandalismo volvió a hacerse presente, ha servido a los impulsadores de la ofensiva contra Quintero para despojarse de su máscara y mostrar abiertamente cual va a ser su accionar en este esperanzador cuatrienio que apenas comienza.
Lo que está por constatarse es si una aspiración electoral ya derrotada con suficiencia, pese a los escabrosos argumentos por ella utilizados, será capaz de mantenerse utilizando desde tan temprano las mismas tácticas que tanto rechazo generan ya entre una comunidad cansada de la politiquería sucia y barata que tuvo que presenciar el año pasado.
Queda por verse también hasta qué punto le sirven a Medellín y a sus habitantes ocho concejales dedicados a impulsar “independientemente” una aspiración de poder, en lugar de canalizar sus experiencias, conocimientos y deseos de servicio, hacia una comunidad cada vez más necesitada de toda clase de servicios, una mejor infraestructura en todos los órdenes y, por sobre todo, una cierta paz social que no ahonde y profundice aún más la ya perniciosa y peligrosa polarización actual.
El coco de Gustavo Petro, esgrimido tantas veces pero sin éxito para hacerlo figurar como activo del nuevo alcalde y a éste como ficha escondida de aquel, no les rentó ni les va a dar frutos ahora, por lo que la estrategia en el futuro será agigantar lo intrascendente y minimizar o desconocer lo positivo.
Como el supuesto petrismo de Quintero desapareció desde el momento en que el triunfador dio a conocer su estelar e irreprochable comisión de empalme, a la decepcionada secta derrotada le quedó faltando un ala, y así vuela ahora, sin rumbo fijo y a los trompicones, tratando de estabilizar a cualquier precio y de cualquier manera un lejano y quizá inalcanzable botín.
Asuntos importantes relacionados, por ejemplo, con la recomposición de la junta directiva de las Empresas Públicas de Medellín, con figuras como Luis Fernando Álvarez Jaramillo y Jesús Arturo Aristizábal Guevara, pasaron inadvertidos y no fueron tenidos en cuenta para anotarle siquiera un punto a favor del alcalde, como tampoco la ratificación de los otros seis integrantes de la junta, señal inequívoca de que habrá continuidad y no aparecerán sorpresas ni improvisaciones, atacado eso sí con acervía, por empuñar en su mano un inofensivo trapo limpiador.
Esa reintegración, la designación de Daniel Arango Ángel como vicepresidente ejecutivo de gestión de negocios y la reiteración continua de su posición frente a EPM e Hidroituango para sacarlos adelante, son asuntos no escuchados por el oído sordo de una oposición “independiente” empeñada en continuar adelantando desde el señorial y ejemplar recinto del Concejo de Medellín, una campaña electoral.
Tiempo y espacios suficientes habrá en el futuro para ir delineando los términos y protagonistas de una nueva gesta de cara a las urnas, pero por el momento lo que Medellín y sus gentes requieren es, por lo menos, una tregua que permita poner en marcha infinidad de iniciativas que deberán contar, como no, con el apoyo fundamental de todas las fuerzas políticas que integran su corporación.
TWITERCITO: No sobra recordar la sabiduría popular cuando dice que no por mucho madrugar amanece más temprano.