Nos encontramos frente al récord mundial de la estulticia: ¡la imposición de una multa por más de ochocientos mil pesos a un ciudadano, por comprar una empanada en espacio público!
Hace algunos meses abordé el tema de la estulticia humana como el gran enemigo de la evolución y me atreví a predecir que vendrían nuevas y peores manifestaciones.
Y, efectivamente, como todo lo que pueda empeorar, empeorará, en los últimos días nos encontramos frente al récord mundial de la estulticia: ¡la imposición de una multa por más de ochocientos mil pesos a un ciudadano, por comprar una empanada en espacio público! Los chistes y los memes no tardaron en aparecer por lo increíblemente ridículo de la situación, pero también aparecen análisis serios pues, realmente, es preocupante el elevado nivel de estupidez de quienes crean las normas y, peor, de quienes la aplican.
Ya desde la expedición del Código Nacional de Policía aparecieron voces sensatas que preveían que de su extenso y ultra prohibitivo texto, se derivarían inevitablemente situaciones abusivas frente a los ciudadanos, más aún cuando en nuestro medio hemos tenido una visión miope del concepto de espacio público y, en aras de su supuesta protección, se llega a impedir su disfrute. Incluso, en oportunidades pareciera que la defensa del espacio público consiste en perseguir a los vendedores de aguacates.
Pero realmente era inimaginable que pasara lo que pasó y que las normas se interpretaran como se están interpretando: ¿será que comprar una empanada en la calle si implica “propiciar la ocupación indebida del espacio público”, como lo indica el parágrafo 10 del Artículo 92 del Código Nacional de Policía? Interpretaciones habrá para todo los gustos pero el más elemental sentido común parecería indicar que no es posible que un acto tan simple e inocuo traiga consigo semejante consecuencia.
Además, sin hilar demasiado delgadito, ¿quién propicia la ocupación indebida del espacio público? Sí amable lector, ¡acertó! No es quien compra una empanada sino el Estado ineficiente que ha ocasionado el exponencial aumento de la informalidad, que ha obligado a miles de personas a acudir al rebusque para obtener el sustento familiar y que jamás ha diseñado políticas racionales para el manejo de eso que llaman el espacio público.
Por mi parte, jamás le preguntaré a mi proveedor de confianza de aguacates si tiene o no licencia para vender su delicioso producto en la esquina en la que suele ubicarse, no sentiré ni la más mínima carga de conciencia cuando vuelva a comprárselos, porque lo seguiré haciendo aun cuando uno de estos días me pueda llegar a costar ochocientos mil pesos.
En buena hora llega la inteligencia artificial porque la inteligencia humana va de culos para el estanco.