Convierte la representación en un intercambio de emociones, a las ideologías en “paño de lágrimas” y a las elecciones en un supermercado de “big data”
Es una empresa privada que hace “minería de datos” escarbando en los subterráneos de las personas, en las entrañas de su personalidad, en los entresijos de su intimidad, en el rescoldo de su soberanía, en lo que les es más propio; usa los resultados de esa búsqueda como datos para la comunicación estratégica en política, los aplica a los procesos electorales y los vende al mejor postor. Para envidia de muchos centros de investigación, mezcla ciencia, tecnología e innovación (CTeI) y emprenderismo, porque profundiza en la investigación básica sobre el comportamiento individual y colectivo, que es a lo que se refiere la metáfora de la minería; reúne, resume, clasifica, codifica y atesora la información hasta lograr “big data”, agregando valor a la información básica; adecúa el saber acumulado a la comunicación política identificando tendencias; la aplica a estrategias electorales para influir en las tendencias e inducir decisiones electorales; y, finalmente, busca plusvalía vendiendo el “paquete” informático a quien esté interesado en ganar elecciones con métodos tanto o más eficaces pero menos vulgares, más elegantes, sofisticados y civilizados que los veintemil, la media de ron, el tamal y la teja de Zinc. Se trata de crear empresa a partir de la investigación que, visto así, talvez llame la atención de nuestros gobernantes en relación con la necesidad de incentivar la CTeI como motor del desarrollo y una prueba de que la investigación en ciencias sociales si produce plata, inclusive mal habida.
Lea también: Facebook aceptó guardar información, incluso de quienes no usan su red
Si no fuera porque usar “datos sensibles” sin autorización es ilegal todo lo hecho por esta empresa sería ingenioso y hasta útil. Y además, el método no es nuevo. Por ejemplo, el éxito maquiavélico de José Fouché como jefe de policía tanto en la Francia revolucionaria de los radicales jacobinos como en la Francia antirrevolucionaria de los restauradores borbónicos se debió a la profusa información atesorada con la que podía asegurar lealtades; conseguir, almacenar y procesar información sigue siendo el método de las actividades de inteligencia y contrainteligencia en las agencias de seguridad públicas y privadas; se practica en empresa públicas y privadas, grandes y pequeñas porque es materia de la ingeniería industrial; es tecnología de base en la publicidad; se enseña en las universidades; es necesaria para la gobernabilidad de las instituciones; es la estrategia de mercadeo o marketing que consiste en estudiar el comportamiento de los consumidores con la finalidad de atraer, captar, retener y fidelizar a los clientes satisfaciendo sus deseos y necesidades y haciendo así más eficiente la gestión de la empresa comercial; y, por supuesto, es el complemento ideal para el clientelismo político, que ha desdoblado a nuestros partidos políticos en corporaciones de pequeñas empresas electorales, que para conseguir votos tienen registraduría propia, clientela bien identificada y fidelizada, familia por familia, cuadra por cuadra, vereda por vereda, con POT electoral que remeda los distritos electorales norteamericanos; y para conseguir financiación, aparte de la estatal, gestionan contratos y legislación amistosa para sus financiadores.
¿Qué tiene de novedoso lo hecho por Cambridge Analytica y su vinculación con Facebook? En primer lugar que se hizo pública su ilegalidad. Puesta en relación con la legislación colombiana, la manipulación de la información personal está regulada por la ley 1581 de 2012 como aplicación del artículo 15 de la Constitución que establece el Habeas Data como derecho fundamental. En dicha ley se define la existencia de información sobre la intimidad de las personas naturales o jurídicas, eufemísticamente definida como “datos sensibles”, que no puede ser usada sin su autorización porque es parte de su soberanía jurídica y política.
En segundo lugar la magnitud y el alcance. Una ley como la colombiana, por ejemplo, es muro de bareque para una avalancha de un material que se sabe de origen clandestino, se mueve en los meandros de la virtualidad, en la “nube”, pero impacta en actividades de la vida cotidiana como comprar o votar, de tal manera que las personas no sienten ni saben que son vigiladas y manipuladas y no necesariamente con mentiras como hace la propaganda negra que es su complemento, sino amplificando miedos, bajas pasiones, deseos innombrables, iras, odios, ruindades y vilezas, frustraciones, envidias, resentimientos, atavismos, utopías inefables y toda clase de sentimientos y emociones, incluidos los que se consideran buenos como los altruistas, que uno cree ingenuamente escondidos en lo mas profundo del pozo de su alma junto a las verguenzas mas abyectas.
Le puede interesar: A propósito de José Fouché
En tercer lugar, el desastre que esa práctica introduce en el pensamiento y en la decisión racional al convertir los votos en emoticones, al ciudadano en un chilletas o en un “berraco” y a las elecciones en una telenovela con guión de Corin Tellado.
En cuarto lugar, el desorden que introduce en las ya desaladas ideologías y en los ya desastrados partidos políticos y, lo más grave, en el sistema representativo que es la base de la democracia liberal, porque convierte la representación en un intercambio de emociones, a las ideologías en “paño de lágrimas” y a las elecciones en un supermercado de “big data”, de tal manera que las ideologías no ponen votos y si los partidos politicos los quieren deben comprar estrategias electorales a empresas como Cambridge Analytica de las cuales hay y habrá muchas.
La mentira en la política