Llegó la hora de dignificar la política, antes de que el pueblo, con sobrada razón, se dedique a buscar falsos profetas que lo conduzcan a perseguir espejismos.
Desde estas mismas páginas hice algunas críticas a la consulta convocada por el partido Liberal para escoger su candidato a la Presidencia de la República, especialmente por los costos de la misma y declaré mi total escepticismo sobre su resultado. En un medio radial pronostiqué una votación inferior a los cuatrocientos mil votos y agregué que “en un gran resultado se acercarían a los quinientos mil sufragios”. Pues me equivoqué. La votación fue un poco superior a mis pronósticos.
Si bien el número de electores del pasado domingo no ameritan “lanzar campanas al vuelo” o creer que ese resultado es la confirmación de una gran fortaleza electoral, es por lo menos un resultado superior al esperado y al calculado por muchos opinadores, militantes y periodistas. Un poco más de setecientos mil votos, en unas elecciones “en frío”, con un mes y medio de campaña, con poca publicidad y difusión, que solamente se pudo realizar en las cabeceras de municipios y ciudades, negándole la oportunidad al ciudadano rural de participar, es un resultado aceptable para un partido, que como todos en Colombia, atraviesa una grave crisis de identidad y de credibilidad.
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Con sofismas distractivos, ciertos analistas han tratado de equiparar los votos obtenidos hace ocho días con los obtenidos en otras consultas del mismo partido. Lo que hacen es reconocer que entonces las consultas se realizaron al tiempo con otras elecciones, especialmente con las parlamentarias. Luego, no se pueden comparar, salvo que por alguna razón oculta se le quiera hacer daño a una colectividad que acudió a un mecanismo idóneo y democrático para escoger su candidato presidencial. La ley señala que la Registraduría del Estado Civil debe fijar una fecha unificada para que todos los partidos acudan a este sistema para seleccionar a sus candidatos. Inicialmente el Centro Democrático y el partido Conservador habían manifestado su intención de aprovechar ese 19 de noviembre para proceder como lo hizo el liberalismo. Ambos desistieron y estaban en todo su derecho, como también lo estaba el liberalismo de aceptar la fecha señalada y acudir a las urnas. También es obvio que otro método pudo haber sido lo mejor para las finanzas públicas y en eso me ratifico.
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Se sabe bien que en este tipo de consultas únicamente participan un 25% de los adeptos de un partido. Si así es, el liberalismo conserva una fuerza importante, aunque no es arrolladora como en otros tiempos. Este resultado debe servir para que ese y todos los demás partidos revisen sus tesis, su organización y la forma de hacer la política y hagan los cambios que el electorado reclama. Los partidos no pueden seguir siendo franquicias de barones electorales, simples bolsas de empleo o, lo que es peor, trampolín para que algunos vivarachos llenen sus alforjas aquí o en paraísos fiscales. Llegó la hora de dignificar la política, antes de que el pueblo, con sobrada razón, se dedique a buscar falsos profetas que lo conduzcan a perseguir espejismos en vez de estadistas auténticos que le enseñen a satisfacer sus necesidades.