Sobre mundos en otra parte

Autor: Luis Fernando González Gaviria
22 febrero de 2020 - 12:03 AM

La auténtica escatología no promete mundos ideales en otra parte, producto de la proyección humana; la escatología tiene como principio la realidad en toda su autenticidad, la asume, la hace su opción, pues su columna vertebral es la esperanza que le permite al ser humano habitar el mundo desde otra lógica.

¿Será que este mundo es el infierno de otro planeta? Esta sugestiva frase del escritor Aldous Leonard Huxley, en su libro Un mundo feliz, tiene la fuerza para evocar uno de los temas que más ha generado curiosidad a la humanidad, saber qué hay más allá de esta espacio-temporalidad que habitamos. La preocupación por lo post mortem, es el signo de la escisión que se ha hecho a la realidad. Cuando hablamos de más allá y más acá, la totalidad de la existencia queda fraccionada, ha perdido su grandeza de integridad.

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Esta curiosidad antropológica ha sido satisfecha de múltiples maneras, no todas ellas en un mismo nivel de estructuración, organización y fundamentación. Respuestas que han servido a muchos para sostenerse encontrando sentido a su vida o hundirse desesperadamente en un caos por el miedo que se ha alimentado. El estudio de estas preguntas definitivas que hace el ser humano se llama Escatología.

Por escatología se ha denominado de manera tradicional: la doctrina de las realidades últimas (cielo, purgatorio, infierno, parusía, fin de la historia, muerte) que le esperan al ser humano al final de su vida. Esta definición varía de acuerdo con la concepción religiosa que se tenga. Pero en términos generales, es la palabra que desde cada experiencia religiosa hay para decir sobre qué pasará al final con el ser humano y con el mundo que habita. Estas respuestas surgen a partir del lenguaje analógico, pues ninguna experiencia religiosa tiene una visión perfecta y acabada acerca de lo que pasa después de la muerte, son aproximaciones desde la realidad humana que nos permiten construir, repensando críticamente, lo que se ha dicho acerca de ello.   

Seguir sosteniendo la definición anterior en el siglo XXI, implica una pérdida total de la visión unitaria de la realidad, pues la obsesión por buscar en otra parte lo que no somos capaces de construir aquí, nos hace perfectos bipolares. Los discursos, sea de cualquier índole, que le exijan al ser humano salir de su realidad y de su historia, para buscar un consuelo en mundos ideales, son una fantasía infantil (Freud) que no merece ser creída. De esta manera, en palabras del gran teólogo alemán Jürgen Moltmann: “las “últimas cosas” echan a perder el gusto por las “penúltimas cosas”. Por querer buscar lo que hay más allá, por estar viviendo para otro mundo, nos olvidamos en hacer de “este mundo la maqueta de un paraíso” (Calos Mesters). 

Desentendernos de la realidad que nosotros mismos vamos construyendo con sus luces y sombras, ha sido la bandera imperante de los que esperan una intervención mágica de Dios como si fuera el mago del universo. Aquí radica el problema de la fe, cualquiera que sea, en esta hora de la historia, no hemos entendido que es nuestra responsabilidad hacer de esta tierra un lugar más habitable, más humano, más digno. Por las perversas comprensiones de lo divino, amañadas y cómodas para justificar poderes absurdos, hemos dejado todo en manos de otro para tener a quién echarle la culpa de lo que ocurra.

La auténtica escatología no promete mundos ideales en otra parte, producto de la proyección humana; la escatología tiene como principio la realidad en toda su autenticidad, la asume, la hace su opción, pues su columna vertebral es la esperanza que le permite al ser humano habitar el mundo desde otra lógica. El desencanto propio de nuestra época fatalista, hace hurgar las profundidades humanas para buscar elementos que permitan rehacernos de nuevo con una mirada trascendental.

¿Cómo proponer una escatología que responda a los desafíos propios del siglo XXI? Sin lugar a dudas, las respuestas prefabricadas quedan obsoletas al enfrentarse con la realidad que siempre desborda cualquier palabra. Lo primero que debe hacer la escatología es afincarse en el continuo de la vida como proceso integral, es asumir la vida misma. Despojarse del excesivo lenguaje meta-histórico propio de otro tiempo y entablar un diálogo fecundo con otras visiones que permitan enriquecerla. Pero lo más importante, es hacer una opción real por la historia, saber que la escatología devuelve la mirada a la tierra como germen de una verdadera trascendencia. Así, la palabra de sentido que pueda dar la escatología partirá de la realidad y no del más allá hipotético. Este es un proceso de alteridad en el cual estamos inmersos todos por ser habitantes del mundo.

Ser humano y escatología son un binomio inseparable, pues la capacidad de futuro que brota de la mirada profunda de la persona es la que le permite descubrir que el determinismo presente no es la última palabra sobre su existencia. La escatología no es un abstracto que se vuelve concepto cerrado y definitivo; la escatología es todo un acontecimiento que le permite a los hombres y mujeres de este tiempo saber que su vida puede llegar a más, que están acontecidos de Trascendencia, que no son “seres para la muerte”, están hechos de Vida.

Termino citando las palabras de un maestro en este tema, el teólogo francés Joseph Moingt, en su obra: Creer a pesar de todo, quien vuelve a poner la mirada en la tierra como principio de acción: “la escatología no consiste, por tanto, en decir: no viváis para el mundo: porque tiene fin. Sino más bien: no viváis para poseer el mundo y dilapidarlo, sino vivid intensamente para convertirlo en un reino de justicia y de amor, pues lo encontraréis después de vuestra muerte tal como lo hayáis intentado construirlo para los otros; no os dejéis absorber por las cosas, por el egoísmo, por el dinero; comenzad a vivir desde ahora una vida de relación, porque esa será también la verdadera vida que os espera”.

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En los umbrales del tercer milenio, la conciencia de sabernos capaces de transformación nos debe impulsar a construir el mundo que queremos. El futuro no viene del cielo, el futuro está encarnado en la historia y brota de sus entrañas, a partir de hombres y mujeres capaces de acciones distintas, aquellas que nos desvelen lo divino en medio de la cotidianidad. La escatología nos permitirá hacer y construir lo que esperamos.     

 

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