En Somos calentura se combinan los sonidos del Pacífico colombiano con el hip-hop y los beats urbanos, evidenciando la fuerza y el talento de los jóvenes de esa región.
Cuatro bailarines y dos músicos y cantantes afrodescendientes son los protagonistas de Somos calentura, filme colombiano que está en cartelera por estos días en la salas de cine del país.
En esta producción el director Jorge Navas muestra cómo en el Pacífico colombiano los artistas toman como bastión su talento en un acto de resistencia y de lucha para cambiar su destino.
Se trata de una película de acción cargada de drama, baile y música que fue rodada durante cinco semanas, luego de dos meses de preproducción, con un equipo técnico de 65 personas, seis personajes principales, 22 personajes secundarios, 45 bailarines urbanos, 60 personajes figurantes y 1.800 extras.
Su director, Jorge Navas, y el productor, Steven Grisales, hablaron con EL MUNDO de cómo se conjugan baile y resistencia en el filme.
Jorge Navas: Creemos que lo más importante es entender que la música del Pacífico es relativamente nueva, original de la zona, que es básicamente una fusión entre muchas cosas. Hay sonidos del folclor, de la salsa, del hip hop, del mismo reguetón.
Ellos como que cogen todo y lo mezclan ahí como un sancocho, muy promiscuo pero muy interesante, porque lo que se termina escuchando es una cosa que usted no sabe qué es, pero es muy fuerte, muy atrayente, y eso va acompañado de un baile muy poderoso, que también mezcla muchos ingredientes, y todo ese caldo, ese sancocho, es preparado original de la zona.
Creo que ahí se está gestando un movimiento muy poderoso, que es poco conocido. Uno de los objetivos nuestros con la película es que la gente conozca, que se corra ahí una puertica y salga eso, estalle de alguna forma, eso puede ser tan fuerte y tan poderoso musicalmente que se asemejaría al movimiento de reguetón en sus inicios.
Jorge Navas: La salsa choke es la punta del iceberg, hay unos que son locales y otros internacionales. Por ejemplo, el paso e perra es un ritmo más del Chocó, es un baile inspirado en los movimientos que hacen las prostitutas en los prostíbulos, entonces los hombres hacen la representación de esos movimientos y empiezan a burlarse en medio de unas competencias de baile, resalto que es una competencia sin ‘calentura’, sin agresiones, es todo un acto simbólico en el que se cambia agresión por baile, un pacto de no agresión, de arte, de vida.
Steven Grisales: Es un movimiento estético, además es música, es baile, es ropa, son los patrones de comportamiento.
En la salsa choke y en los movimientos musicales urbanos del Pacífico usted no puede denigrar de la mujer; se involucran en los shows personas Lgbti, niños, es un movimiento muy diferente a lo que es la música urbana comercial.
Jorge Navas: Para reconocer las diferencias tienen que verlos. Nosotros tuvimos que investigarlo y tratar de desmenuzarlo para comprenderlo bien, porque es nuevo.
Hay una herencia africana muy fuerte, nos metimos a indagar qué estaba pasando también en este tiempo en África, y resulta que ellos igualmente tienen bailes tribales que están retomando, es como si se produjese un espejo cultural entre ambos.
Contamos en la producción con el coreográfo Rafael Palacio, de Medellín, y él está especializado en bailes y música africana y aportó mucho en la investigación y la consolidación de nuestra idea.
Repito, para mi es un sancocho en el que se revuelven muchas cosas, al mismo tiempo todas son muy orgánicas y al final pegan y se ven muy bien.
Steven Grisales: En Cali hay un dicho, que cuando en Bogotá aprendieron a bailar salsa, pues llegó la salsa choke. Es muy complejo, yo digo que es como un baterista, quien tiene que tener independencia de manos y pies para bailar esta música, porque esto va para un lado y esto para el otro y es súper complicado bailar salsa choke.
Ahora, el exótico, que sale en gran parte de los movimientos de baile de Maicol Jackson, pues luego se convierte en paso e perra con un ingrediente más y es aún más complicado todavía. Ellos son unos berracos para bailar.
Steven Grisales: Después de la investigación, cuando empezó el proceso de preproducción, ya con los viajes a campo, además cuando entró Jorge a la dirección, él venía con una inquietud muy grande por toda la música urbana que estaba muy callejera y decidimos incorporar a todos estos subgéneros de una manera muy detallada, estaban las fusiones pero no estaba muy claro qué era lo que se iba a ver.
Empezamos a trabajar en Quibdó, en Buenaventura, en Tumaco, en Cali, y ahí fue que orgánicamente vimos emerger a todas esas bandas, agrupaciones y músicos que eran muy famosos allá, pero que en el resto del país no las conocían.
Lo que hicimos fue ir a visitar a los productores locales. Por ejemplo, en Cali está Comics, el mejor productor de salsa choke en el país, él hace las mezclas para la mayoría de orquestas del género en Colombia, con él pudimos abordar mucho de lo que era esa música.
Para el exótico y el paso e perra, una vertiente que no está aún en Aguablanca (Cali), nos fuimos para Buenaventura y Chocó, y así fue que logramos escogerlos a todos.
Tenemos cuarenta canciones sincronizadas en la película de treinta bandas locales.
Jorge Navas: La mayoría de esas canciones ya existían, lo que hay inédito es un género que nosotros bautizamos como marimba trap, interpretado por Rocca, un rapero bogotano y francés, exintegrante de Tres Coronas, especialista en percusión africana.
Con Roca pudimos hacer algo que queríamos y era tener los sonidos e instrumentos del Pacífico con cortes más futuristas, más gringos, se pudieron conservar esos elementos propios con beats urbanos e inclusive tener instrumentos que tradicionalmente no suenan de la manera a como van a sonar con la película. Por ejemplo, la marimba siempre es más dulce y acá va a sonar un poco más fuerte y agresiva.
En la foto, Manuel Riascos, El Baby, Duvan Arizala, Harvey, y Miguel Ángel Micolta, Steven.
Jorge Navas: Lo más difícil es entrar en esas comunidades. A mi, como director, me gusta trabajar mucho la realidad, lo realista de las cosas, lo documental. Partimos de mucha investigación, nos acercamos con mucho tacto y lentamente se nos fueron abriendo las puertas.
Nosotros también teníamos ese estigma en la cabeza, el que la región Pacífica es un lugar violento y complejo, pero eso se fue desvaneciendo una vez entramos en contacto con la gente, y se convirtió en un amor profundo, que al terminar el rodaje ellos estaban enamorados de nosotros y nosotros de ellos.
También debimos enfrentar el tema de la lluvia, el Pacífico es una de las regiones más lluviosas de este planeta, eso genera una humedad y calor horrible. En muchos días el clima solo nos dejaba trabajar dos horas de las 24 horas del día, y bebimos superar el cómo hacerlo en ese tiempo.
“El Puerto de Buenaventura, donde la riqueza y la miseria se cruzan sin tocarse”, esa es la frase del promo del filme, ¿cómo se entiende esa dualidad en ese territorio?
Steven Grisales: Pues es así. En Buenaventura hay un muro, que es el que divide el Puerto, que le dicen el Muro de Berlín, y ese muro separa la tecnología y la riqueza del atraso y la pobreza.
Por Buenaventura entra el 60% o 70% de la riqueza del país, pero no se queda ahí, pasa derecho. Al lado de ello se tiene a toda una población, abandonada, con unos índices de pobreza y de violencia que son comparables con el país más pobre y violento de África, pero está ahí, al lado, a dos horas de Cali.
Buenaventura es muy sorpresiva, todo lo que se muestra en la película es real; desde la narrativa se sale de la miseria, es una narrativa de poder, estamos mostrando es cómo unos chicos encuentran en la música y el baile el poder para cambiar su destino.