A los animales llevamos milenios no solo matándolos para comerlos, los castramos, los manipulamos genéticamente, les orientamos en su desarrollo y ahora, industria de lo más opulenta, los confinamos a ser mascotas.
Hemos reconocido las detalladas argumentaciones de Jesús Mosterín en España y en Antioquia las de Aníbal Vallejo en contra del sacrificio de los toros en los juegos rituales asociados a la tauromaquia; esos esfuerzos se unen a otras actividades humanas que quieren eliminar las peleas de gallos, los toros coleados y en general toda fiesta que conlleve el sufrimiento de los animales. Han avanzado tanto los defensores de los derechos de los animales no solo en el mundo hispano sino en general en Occidente que no se puede ya hacer cine que no incluya los protocolos de manejo adecuado y respeto por esos seres que han sido nuestras víctimas por milenios. Es justo y correcto como lo son todos los esfuerzos por respetar los derechos de las minorías, los niños, las mujeres y en general toda población vulnerable o vulnerada. Pero como en toda empresa humana la búsqueda de objetivos o fines termina por distorsionar los medios y muchas de esas luchas han terminado por convertirse en deformaciones más o menos grandes. La lucidez y la eficiencia ha terminado por abrir espacio a la estupidez.
Las luchas por los derechos de los animales no deberían concentrarse en el ataque a la minoría taurina y sus fiestas. Es un despropósito que después de irritar en plazas y escenarios salgan a devorarse un filete como si nada. Entiendo las razones contra la tortura animal, pero concentrarse en los toros dejando de lado que el factor más importante en el cambio climático es el uso de grandes extensiones de tierra para la ganadería es crasa ignorancia. Producir una hamburguesa de 120 gramos consume más agua de la que requiere un ser humano para bañarse durante todo un año.
Y si vamos a hablar de derechos y a poner en perspectiva las cosas bien nos vale informarnos un poco. Ya sabemos que un cerdo tiene sensibilidad e inteligencia como para que podamos hablar de una conciencia. Pero no es por allí por donde quiero presentar el problema pues la existencia de conciencia y cultura animal bien vale un esfuerzo independiente. Hoy quiero resaltar la ignorancia de los anti taurinos cuando desconocen eso que podemos denominar la dimensión sacrificial de la cultura humana; en las religiones se plasma con total precisión y liturgia abundante esa realidad humana. En cada misa católica se recuerda el destino del cordero de dios, el hijo ofrecido como expresión de una nueva alianza. Si esa nueva alianza se la tomara en serio no deberíamos tener sacrificios de animales en cualquiera de sus formas.
Nos debemos tomar en serio la dimensión sacrificial de la cultura y el proyecto humano y siempre se debe estar dispuesto a sacrificar el propio niño que en uno habita para que nazca el hombre de los proyectos y la vida y a su vez la preparación para la muerte exige saldar cuentas y reconocer que la vida es ese darse, esa efusión sin gran sentido inmediato que celebramos con tanta frecuencia en los onomásticos, los cambios de estado, los tránsitos.
Y es que la cultura humana es esa metamorfosis permanente que da muerte, por ejemplo, a la vida soltera para poder emprender la experiencia de una familia. Vale recordar que el germen de la cultura es la ritualización de fuerzas violentas; la cultura como estrategia de supervivencia de las especies, sobre todo la humana, implica la capacidad de poner en escena la agresión, la discontinuidad. A los animales llevamos milenios no solo matándolos para comerlos, los castramos, los manipulamos genéticamente, les orientamos en su desarrollo y ahora, industria de lo más opulenta, los confinamos a ser mascotas, pañuelo de consuelo para toda la frustración humana, que no es poca y se despliega castigando a minorías, excluyendo.