Con el cierre de El Teatrico, Medellín y el barrio Laureles pierden un escenario para el encuentro cultural y la promoción de talentos
Cuando la función termina es lógico que caiga el telón, pero cuando queda tanto por contar es una pena. Muchas historias se han tejido en El Teatrico en los últimos seis años. Muchos abrazos se han compartido, las carcajadas han estallado muchas veces, los encuentros se han reeditado, la historia está lejos de haber llegado al final. Los cerca de 183.000 visitantes que registra ese espacio cultural dan fe de ello.
Visitantes que no sólo son habitantes de Laureles, el barrio que recibe con pesar la noticia porque otra vez queda sin alternativa de encuentro cultural, sino de todos los rincones del Valle de Aburrá y aún de otras ciudades. Es que no sólo los artistas nacionales quisieron probar su escenario, en la sala vimos espectadores de otras latitudes y en el café El Maromero compartimos con turistas y vecinos de otros entornos.
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Allí, en el propio café, es decir sobre la avenida Nutibara, vivimos una de las últimas demostraciones del talento y la creatividad de Germán Carvajal y Leonardo Jiménez. Ocurrió a los pocos días de que una de sus vidrieras fuera rota violentamente para hacer un robo, un ataque que sirvió para demostrar el cariño de los vecinos por la sede cultural: hicieron guardia frente al Teatrico para evitar un daño mayor. Por eso, a finales de marzo, Germán, con los ojos aguados, anunció que la pareja que cuidó el lugar con más empeño que las autoridades o la agencia de seguridad, tendría entrada gratuita por siempre a sus espectáculos. Nunca nos imaginamos que el cierre de sus puertas estaría cercano.
Se trata de un cierre que sorprende y duele, como seguimos lamentando el de la Tomás Luis Victoria en el Primer Parque y como lamentamos cada emprendimiento cultural que se malogra. Implica también valorar de modo distinto aquellos que permanecen como el Pequeño Teatro o el Matacandelas, en donde se vive como propia la trágica caída del telón en Laureles. Nos tomó por sorpresa el anuncio que se explicó en la enajenación del edificio para procurar un aliento económico en épocas de vacas flacas. Y la sorpresa es mayor porque El Teatrico estaba en su mejor momento, no solo desde el punto de vista cultural sino también económicamente.
Lo que un día parecía la salvación para el proyecto terminó siendo un trago de cicuta. El nuevo propietario del edificio, de los ladrillos como dijo el cantautor Pala en una carta abierta, prefiere otro uso para el terreno. Otro aliento lo impulsa y son otras sus prioridades. Es a la comunidad cultural, a los artistas y a los espectadores a quienes nos duele, y somos nosotros los que echamos en falta un Estado que apoye la cultura más allá de las declaraciones y se comprometa con recursos, proyectos y procesos, que superen las querencias y los gustos personales.
Los números sirven para contar las ganancias económicas, pero también dan cuenta de los 40 espectáculos internacionales que se presentaron en los seis años en que El Teatrico estuvo abierto. Más de 550 artistas pisaron sus tablas y nos robaron tanto lágrimas como risas. Nombres importantes en la escena artística pero también promesas de la actuación y hasta mensajes de promoción y prevención de la salud. Una empresa cultural que queda truncada y que nos deja con la cara larga.
Por lo pronto los artistas bucarán otras tablas: en un mes estarán en Casa Teatro de El Poblado con su humor inmarcesible, y los espectadores pisarán otras plateas. Pero el occidente de Medellín sentirá la ausencia de los espectáculos nacionales en una zona en la que se ha hecho mucho por recuperar la gastronomía y a la que le vuelve a hacer falta un espacio cultural como el que se cierra. Ojalá haya alternativas, espacios y voluntades para compartir el arte y la cultura.
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Mientras Medellín ve caer el telón de El Teatrico, en Armenia ilusiona la pronta apertura de un lugar para las letras y nuevas historias como el que impulsa la periodista Claudia Morales. Un árbol de libros que ojalá se mantenga frondoso. Con ese sabor agridulce hay decir una vez más, con Jean Cocteau: solo el arte nos salvará.