Todo es Hercio

Autor: Editor
3 diciembre de 2017 - 01:00 PM

Un recorrido por la exposición temporal “Rarae Aves” de Alejandro Duque.

Medellín

María Villa

Take a walk at night. Walk so silently that the bottoms of your feet become ears.

Pauline Oliveros

La lluvia, el viento, el canto de los pájaros, el ladrido de los perros, el ronroneo del transporte público, las sirenas, las palabras de los vendedores ambulantes, el repicar de los teléfonos celulares, conforman el paisaje sonoro del acontecer diario. Pero, ¿qué pasa con los fenómenos que son inaudibles? Como seres humanos, no tenemos la capacidad para percibir otros sonidos que forman parte de la existencia en este planeta. Este es el caso de los sonidos de las ondas electromagnéticas que se producen a partir de actividades atmosféricas de naturaleza extraña. Escucharlos puede brindarnos otra forma -radicalmente distinta- de comprender el mundo. Al mismo tiempo, estos pueden conducirnos a una reflexión profunda acerca de los prodigios del mundo físico, que nuestra percepción limitada y unida al ajetreo de la cotidianidad, hace imposible aprehender.

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La exhibición Rarae Aves, que actualmente se presenta en el Lab3 del Museo de Arte Moderno de Medellín, nos brinda la posibilidad de hacernos conscientes de un patrón existente en la naturaleza, como lo es el de la radio natural. La instalación está compuesta por antenas ubicadas en el espacio de audición (Lab3) y la terraza del Museo. Estas captan, manipulan ondas y campos electromagnéticos a partir de la interacción con las señales de aparatos móviles, satélites y radio. Se trata de una propuesta audaz del artista Alejandro Duque, quien trabaja con el arte de “los nuevos e inestables” medios, en la que investiga acerca de la energía en expansión presente en la sonosfera.

Pauline Oliveros empleó la palabra sonosfera por primera vez a finales de la década de los sesenta. Oliveros, una de las figuras centrales en el desarrollo de la música electrónica y experimental, definió así a la atmósfera compuesta por diferentes ondas que emanan desde el centro de la tierra; ondas formadas por varios tipos de descargas como las de la energía magnética, eléctrica, electromagnética y cuántica, incluyendo también las de la energía acústica.

Con esta instalación, el artista intenta expandir el concepto de Oliveros, pero partiendo de una naturaleza sonora que va más allá de lo acústico, cuyo objetivo es hacer audible lo inaudible a través de mediaciones tecnológicas. Sin embargo, esta propuesta no debe entenderse como una búsqueda científica, se trata de una muy individual, en la que el artista encuentra un lugar de ruptura con la manera habitual de pensamiento, promoviendo de esta manera la experimentación introspectiva. Si nos sentamos en el medio de la sala, con los los ojos cerrados y en una postura erguida, nos damos cuenta de que nuestra columna también funciona como una antena que conecta la energía de la tierra con la de la atmósfera. Nuestro cerebro penetra en las ondas más profundas de cada una de las capas que conforman los sonidos e identifica así una melodía agradable, por detrás de lo que podría parecer un “ruido ordinario”.

Dado que el laboratorio de experimentación sonora (Lab3) cuenta con las condiciones físicas que permiten que los visitantes entren en un estado de quietud, favorable para la inmersión profunda en los sonidos, el oído se acostumbra con mayor facilidad a las frecuencias de las ondas electromagnéticas de esta instalación, más que en cualquier otro lugar. El Lab3 cuenta con un sistema de insonorización adecuado para ese propósito, con paneles de acondicionamiento acústico y varios sistemas de sonido que se ubican estratégicamente en los alrededores.

Para esta propuesta el espacio expositivo se ha adaptado con un sistema de espacialización sonora (múltiples altavoces), sistemas de visualización del espectro y algunos aparatos como receptores VLF (very low frequency), los cuales producen ondas muy largas y monitorean los fenómenos de la ionosfera. Hay antenas y una caja de aluminio (caja de Faraday) dispuesta en el centro, que bloquea el campo magnético externo y protege a un pequeño cactus de las descargas eléctricas. Las ondas electromagnéticas captadas por las antenas, y que en principio son imperceptibles para los seres humanos, son manipuladas en un computador y a través de aparatos para el procesamiento de señales. Así se escucha la actividad de la atmósfera. El resultado es coro aural (una especie de ruido blanco o ruido de estática).

Así como un ornitólogo pocas veces puede ver a las aves, por lo que debe recurrir al registro de los cantos trazados en un espectrograma; nosotros, los visitantes privilegiados, podemos recurrir al paisaje sonoro inaudible e invisible presente en la naturaleza por medio de esta instalación. Sin duda alguna, para cada persona será una experiencia única e intransferible si se dispone a enfrentarse con lo raro y fuera de lo común.

Esta es una invitación a reflexionar a través de una estética sonora, de los campos y de las magnitudes de onda, sobre nuestra realidad como seres humanos. En este espacio podemos formar parte de la experiencia del propio artista y quizás llevar la exploración de lo inaudible un paso más allá, al abrirnos a la posibilidad de escuchar con otras partes del cuerpo, tal vez a partir de la vibración que se siente en las palmas de las manos, o en la corteza cerebral, una vez que se ha permanecido en el lugar por más de cinco minutos; y, ¿por qué no? dar pie a nuestro propio análisis acerca de una nueva forma de estar en el mundo.

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El Lab3, inaugurado a finales del 2014, es un espacio único en el país para este tipo de prácticas creativas, que apuestan por las artes electrónicas y el sonido como elemento primordial. Con Rarae Aves se demuestra una vez más que el reto a nivel curatorial e investigativo de este laboratorio de experimentación sonora, se está logrando de manera exitosa.

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