Mi padre entregó su vida por los colombianos, por su amor a Colombia, por las instituciones democráticas en las que nunca perdió la fe.
“Queremos una Colombia donde quepan todas las ideas y donde la discusión pacífica de los problemas colombianos sustituya a la violencia”. Esta frase que bien podría pronunciarse hoy en Colombia tiene 55 años y fue escrita por mi padre para la revista Vértice en noviembre de 1963.
Mi padre entregó su vida por los colombianos, por su amor a Colombia, por las instituciones democráticas en las que nunca perdió la fe a pesar de sus defectos, carencias y errores. Jamás aceptó legitimar la violencia como instrumento de lucha política, resistiendo los embates revolucionarios de su generación, en la que perdieron la vida varios jóvenes valiosos, idealistas, rebeldes, inconformes, partidarios de cambio social como él, que optaron por la guerrilla.
Luis Carlos Galán se enfrentó solitario al narcotráfico cuando casi todos los sectores de la sociedad colombiana se mostraron complacientes y con frecuencia cómplices de los criminales que lograron penetrar la política, el sector privado, el deporte y la cultura. Pero su lucha fue más allá del enfrentamiento con los narcotraficantes, su causa era liberar a Colombia del yugo impuesto por el clientelismo, esa política interpretada como una transacción de favores y no como una garantía de derechos. Por eso no pretendía simplemente llegar a la Presidencia de la República por vanidad personal, entendía la Presidencia como el instrumento más poderoso para abrirle camino a una nueva sociedad, su ambición era cambiar la manera de pensar del pueblo colombiano.
Soñó con un país con las mismas oportunidades para todos. Decía que la vida era una carrera de mil metros en la que algunos colombianos arrancan quinientos metros delante de la línea de partida, otros quinientos metros atrás, pero muchos ni siquiera tienen derecho a participar en la carrera. Quería que todos arrancáramos la carrera de la vida desde la línea de partida.
Su carisma no era una pose, no fingía, era sincero y transparente en sus emociones, ideas y actuaciones. Rechazaba a las maquinarias electorales, las combatía y denunciaba como perpetuadoras del régimen clientelista. El “cómo hacer política” para mi padre no era ganar a cualquier costo, con el todo vale, con el mantra de las estructuras mafiosas enquistadas en la política: “plata, plata, plata, máquina, máquina, máquina”. ¡No! Entendía el quehacer político como un proceso pedagógico permanente cuyo objetivo fuera concientizar a la gente sobre sus derechos y deberes.
Mi papá me sigue doliendo, me duele su ausencia, no verlo y tocarlo para decirle que lo amo, para que sus nietos Manuel y Lucas pudieran abrazarlo y escucharlo. Tuve dos opciones cuando asesinaron a mi padre: convertir ese dolor en resentimiento, amargura y odio; o hacerlo mi fortaleza para luchar sin descanso por sus ideales. Escogí la segunda opción, pero el dolor siempre estará ahí, latente, todos los días de mi vida, en la memoria de mi corazón.