No hablar sino escuchar, y ante todo, jamás interrumpir, y cuidado con ir a completar la frase del otro.
Llevo toda una vida escribiendo diario.
¿Qué pasó ese día, cuáles fueron las emociones, y lo que dejó? A veces añado algo que aprendí pues uno aprende algo todos los días, aunque no lo haya planeado y aunque no quiera! Leyendo mis diarios del siglo pasado me encontré unos buenos “Apuntes”, que me gustaría compartir:
Ejemplos: Dejar de insistir, porque si dijeron NO, es NO. Si se arrepienten el problema es del Otro, no de uno.
No quejarse. Cada uno tiene sus propios problemas y no quiere oír los ajenos: ¿O es que hay gente muy curiosa?
Para eso son lo “diarios” para que éstos lo oigan a uno, y ahí sí autocriticarse. ¿Para qué inspirar lástima?
Si uno se hace el que está bien, estará mejor. Eso se llama darse un refuerzo positivo, y a la gente le encantará vernos.
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Mejor que hacer preguntas, es dejar de hacerlas. Si miramos bien, vemos que éstas pertenecen al pasado.
Si por el contrario escuchamos y ponemos atención habremos ganado un amigo. Si lo hacemos depósito de nuestros pesares perderemos uno.
¿Será que por nuestra propia inseguridad queremos que nos quieran? Si y no, veamos: Si estamos siempre AHÍ, al pie del otro, el otro creerá que sencillamente somos parte de él y no hará nada especial para retenernos. Y si uno quiere que lo quieran no puede jugar a ser “salvador” de la otra persona, no puede dar ni ayudar. Por otro lado, uno no puede tratar de transformar al otro para que siga los deseos o necesidades de uno.
Si uno es lo que llamamos “pegajoso”, insistente, si ahoga con atenciones y correos, ¡seremos como una olla de presión! A nadie le gusta la presión porque puede estallar. Hay que tener en cuenta La llamada Ley de Murphy…….
Si hacemos “todo” inutilizamos al otro, lo incapacitamos, lo infantilizamos.
Al que sufre no le gusta que lo contenten o consuelen, sino que sufran con él (aunque sea por otra cosa)
No hablar sino escuchar, y ante todo, jamás interrumpir, y cuidado con ir a completar la frase del otro.
No proteger diciéndole por ejemplo lo que tendría que hacer.
¡Dejar, jugar y reír! Callarse, ser y estar. No apresurarse, pensar y prever… Decir lo que se siente.
A veces puede ser mejor lo que llamamos “hacerse el bobo”. Sentarse y que el otro “haga el trabajo”. No tenemos la obligación de contestar ni explicar.
En el cerebro de uno no hay lo mismo que en el del otro (¡Hasta de la Santísima Trinidad nos explicaron en clase de religión que eran tres personas distintas y un solo dios verdadero!)
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Y les cuento lo que dijo una vez un amigo mío cuando le presenté una amiga mía y a él le gustó: “Esa mujer es maravillosa, ¡le gusta todo lo mismo que a mí!”. Creo que ahí si tuve para reír toda la semana, escondida claro, pues bien los conocía a los dos, pero esa chica era hábil, y me había apostado que se lo conseguiría. No me había hablado del método que usaría, pero “blanco es, gallina lo pone”. Por fortuna estuve a tiempo de salir corriendo sola y no que me echaran a patada limpia.
Ya dije que escribiendo uno aprendía mucho. ¿Ustedes creen que todos los escritores maravillosos y famosos que hay y ha habido, están inventando el cuento? ¿De dónde se inventa un cuento? No creo que se invente, es algo que se ha vivido y digerido y se puede hasta trasformar, para que no acabe mal, como el de Caperucita y etc.
Sabían Uds. que esos “cuentos para niños” eran escritos para que los niños se asustaran y no salieran de la casa, y se quedaran allí solos, formalitos.
*PsicólogaPUJ y Filóloga UdeA