Un error llamar guerra a esto porque entonces buscamos al enemigo invisible en lo que sí podemos ver: en el otro.
Por: Juan Mosquera Restrepo
Sobre nuestras cabezas brillan estrellas que hace tiempo se apagaron. Nos orientamos mirando un cielo de estrellas muertas, ecos de una luz que ya no está. Algo así sucede con los resultados de las pruebas de covid-19 cuando nos ofrecen números ahora de lo que realmente pasó tiempo atrás, el presente con delay como carta de navegación en el mar de las incertidumbres. En un planeta de siete mil setecientos millones de personas están -estamos- confinados, en casa de cada quien, algo más de mil quinientos millones de personas en este instante. El mundo que fue ya se fue. Por un momento nos hemos desprendido de la palabra Futuro y por ahora sólo nos queda este ahora.
No estamos en guerra, aunque sentimos el asedio.
Es un error llamar guerra a esto porque entonces buscamos al enemigo invisible en lo que sí podemos ver: en el otro. Cada persona en ese combate se llamará Peligro. Por eso unos aplaudimos a los médicos mientras otros los repelen, por eso la desconfianza -que es distinta al autocuidado- se instala en la mirada. Recuperarnos de este trauma, y no hablo solo del económico, nos tomará tiempo. Yo, que vengo de un tiempo que empieza a desaparecer, creo que el lenguaje ayuda a construir la realidad y que nos fortalece más como comunidad unirnos en torno a la solidaridad que ante el miedo.
Resistirán más tiempo en casa los que menos hambre tengan. En el estómago está el tic tac del confinamiento, porque este momento también ha puesto de relieve el tamaño y la profundidad de las brechas sociales, de la inequidad, de las dificultades de los que siempre han tenido el mañana como una promesa improbable porque a este hoy solo le sigue otro hoy y así van resolviendo el techo, el plato, la salud de cada día.
La sensación es esta: afuera sopla un viento que no vemos y es como un huracán que no doblega árboles ni se lleva techos pero sí nos deja a todos hechos trizas. Y estamos esperando a que pase, mágicamente, para salir a recoger los destrozos y hacer algo con esa colección de pedazos.
La canción de los grillos en la noche luego es canto de pájaros en la mañana. Ecos que van como un susurro apenas.
El silencio habla.
La fragilidad nos hizo hermanos.
Todo es provisorio, como este par de pensamientos sobre todo esto