Un soplo de vida

Autor: Luis Fernando Ospina Vanegas
6 abril de 2020 - 12:02 AM

Esta pandemia nos ha puesto como en estado de involución espontánea, en una especie de mundo al revés.

Medellín

Mi hermano enfermo, quizás entrando a su última etapa de vida, fue de los primeros en “inaugurar” la clínica de SaludCoop de la 80 en Medellín. Parecía más un hotel, no porque fuera el sitio donde uno quisiera estar, sino por el lujo y la elegancia de sus instalaciones. Sus habitaciones estaban pulcramente arregladas todos los días y la sala de estar, dentro de la misma habitación, bien podría ser el hall de un gran hotel.

La atención era de lujo también. Se notaba la alegría de sus enfermeras y los médicos irradiaban confianza y cercanía.

Como un virus, casi todos se infectaron de la crisis del sector salud y, de pronto, la clínica se convirtió en una especie de campo de concentración donde era claro quiénes eran los “generales” y quiénes los confinados. En medio de ellos siempre estaban las enfermeras y los médicos, sin saber a quién obedecer. Si a los generales que daban las órdenes sobre cómo atender a la gente, o a los pacientes, que siempre pedían más y mejor, porque ya habían estado allí, en las “épocas doradas” de SaludCoop.

Ese virus, una mezcla letal de corrupción y desidia, pronto acabó las defensas del sistema en salud y el Gigante Blanco de la 80 cayó abatido, lleno de llagas y en fase terminal, esperando que alguien le diera cristiana sepultura. Hoy sigue siendo un cadáver insepulto al que, por razones impredecibles como esta pandemia, otro virus le acaba de dar vida, no sabemos por cuánto tiempo.

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A toda marcha y sin anestesia, la Alcaldía de Medellín trabaja para habilitar la clínica como un “cuartel de guerra” contra el covid-19. De pronto ya no deslumbrará su infraestructura física, pero espero que mantenga vivo el espíritu que nunca debió salir de allí: el de sus médicos y sus enfermeras con vocación de servicio, no como cifras de un negocio.

Esta pandemia nos ha puesto como en estado de involución espontánea, en una especie de mundo al revés.

Los tiranos y dictadores ahora hablan de democracia y de libre mercado y los demócratas decidieron cerrar sus fronteras al mejor estilo de las dictaduras. Lo mismo pasa con los médicos y las enfermeras, los profesores y los campesinos. Hasta hace poco eran una especie de “opio del pueblo”, pero por cuenta del coronavirus se convirtieron en nuestros héroes. Hoy los aplaudimos desde nuestros balcones, cuando antes vociferábamos en su contra con la misma vehemencia que ellos lo hacían en las calles para reclamar sus derechos. Ahora hemos puesto en sus manos buena parte de nuestro futuro. Enhorabuena.

Aun así, me pregunto si será esto duradero o, como creo, una foto más para la galería. Será que cuando volvamos de nuevo a ser lo que somos, indolentes y desmemoriados, recuperarán su lugar el dinero, la ambición y las apariencias.

No lo sé. Haré todo lo posible para que no sea así. Por lo menos, lo haré para no vociferar en contra de aquellos que sólo piden algo que no tienen sin reconocer, con gratitud, que a muchos de nosotros nos sobra de casi todo.

Así que médicos, enfermeras, campesinos, recicladores, transportadores y tantos otros héroes de verdad, sigan trabajando duro, pues ya habrá tiempo de verlos en las calles, no sólo para escuchar sus voces, sino para decirles ¡gracias, mil veces gracias!

Las mismas gracias que tantas veces mi hermano les dio a los médicos y enfermeras de la clínica de SaludCoop de la 80, el Gigante Blanco que ahora anda buscando un soplo de vida, ese que no tuvo mi hermano por causa de una falla pulmonar cuando el coronavirus quién sabe por dónde andaba.

Ojalá este virus no maté la ilusión de tener, ahora ya no un Gigante Blanco de cemento y lleno de lujos, sino un espacio digno para que los médicos y enfermeras, esos sí vestidos de blanco, y de honor, nos den un soplo de vida, que es lo mismo que uno de esperanza y de solidaridad.

 

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