A la izquierda le quitará votos en sus flancos más activos: aquellos que se identifican en todo o en parte con el marxismo
Con el salto de la guerrilla a la arena política, su blanco principal no será el uribismo, su antípoda y contradictor más enconado, sino, ¡qué paradoja! , la izquierda civil, a la que le quitará votos en sus flancos más activos: aquellos que se identifican en todo o en parte con el marxismo, en esa versión anquilosada que le conocemos y soportamos en estos tiempos, cuando las otras ideologías se actualizan y decantan apartándose de los radicalismos tonitronantes y de los planteamientos extremos acostumbrados hasta que llegó el colapso de la Unión Soviética y el viraje de China hacia lo pragmático.
Lea también: Dirección del partido de las Farc tendrá 111 integrantes
Esa izquierda marxista, o filomarxista contemporánea de que hablamos es muy dada a la uniformidad, los manuales y “libritos rojos” (como el de Mao Tse Tung otrora) que por su factura y estilo se nos asemejan al catecismo del padre Astete y a la vieja, roñosa escolástica, de donde por lo demás deriva su proverbial intransigencia y su gusto por el dogma. El consabido dogma, tan eficaz para mantener la cohesión entre los fieles y la postración de quien en las sociedades cerradas y sometidas conocemos como el “hombre-masa”.
Ahí reside la ventaja del dogma: en que no tolera la discrepancia y, por efecto del hábito, termina eliminando hasta el más íntimo e inocente razonamiento en el hombre, e induciéndolo a tragar entero, como decimos coloquialmente. De ahí su utilidad práctica para la política, pues preserva la disciplina de los partidos y mantiene a los conglomerados alineados en lo que hoy denominamos “pensamiento único”, donde nada se cuestiona. Y cualquier asomo de duda, sobre todo la peligrosísima duda metódica que postuló Descartes, queda proscrita. Gracias a lo cual los regímenes comunistas por ejemplo, o los que, como el chavismo, tienden a imitarlos, perduran. Duran tanto que desafían las leyes de la historia, y hasta las de la física. Tardan hasta lo indecible en agrietarse, como se agrietan y rompen los demás sistemas, por efecto de disensiones internas, o de herejías cuando de iglesias se trata. Sobre todo si política y religión se mezclan, haciendo causa común, como a intervalos espaciados sucede en Colombia y en todo el orbe.
Con tanto anacronismo y deformación a cuestas, producto de los lastres arriba señalados, anda entonces cierta izquierda parroquial. El nuevo partido Farc se alimentará de lo que encuentre a su paso, y para poder presentarse en sociedad con un bagaje electoral mínimamente decoroso le rapará a aquella, aún sin proponérselo, una porción de su capital y de paso unas cuantas curules. Dicha izquierda siempre cargó con tal estigma: el de que una guerrilla repudiada invocara las mismas razones que a aquella la asistían, para obrar de la manera criminal como lo hacía. Tenemos pues que quien le hará competencia en el mercado electoral a la Unión Patriótica, el Partido Comunista, Clara López, el Polo y los Verdes será la guerrilla misma, desmovilizada, con financiación estatal, emisoras a rodos y demás privilegios acordados para la coyuntura. La misma guerrilla que durante medio siglo, sin quererlo quizás, pero a plena conciencia, le truncó su crecimiento, pues a la gran masa comicial escarmentada y prevenida le sonaba igual lo que dijera la una o la otra. En política sucede a veces que, aunque no haya alianzas expresas o afinidades electorales siquiera, sí hay “afinidades electivas”, de esas de que hablaba Goethe, y que son más estrechas, y más costosas por actuar sin declararse.