La figura de Uribe es muy dominante en el escenario nacional que tantas veces ensombrece.
El dicho o locución Roma locuta, causa finita, irónicamente se usa para indicar que un asunto ha sido resuelto por alguien que tiene una autoridad inapelable. Y eso es lo que parece ser ocurre entre nosotros, en un buen porcentaje de la ciudadanía colombiana, cuando el senador y expresidente Álvaro Uribe habla, sienta una posición, da una orientación o “tira línea” como se dice. En una reciente encuesta sobre candidatos y presidenciables para el 2018, fue bien llamativo que a la pregunta, ¿Quién quisiera que fuera el presidente?, un 12% contestara: el que ponga Uribe, mientras el primero de los candidatos “reales” solo llegaba al 8%. Queda, entonces, bien claro que hay muchos que a Uribe le tienen fe ciega y le creen a pie juntillas sus decisiones.
Es innegable que Uribe es un político consumado de gran habilidad, con autoridad que raya en el autoritarismo y le funciona, capacidad de convicción y manejo o imposición en los medios de comunicación plegados y resonantes a sus intervenciones. El hoy senador es adicto al poder, esa capacidad de influir sobre las personas, que, como es obvio, puede ejercerse en distintas formas como son las persuasivas, las de coacciones tiránicas y violentas y una mezcla de ambas. La violencia verbal, a la que tiende con tanta facilidad Uribe, es una modalidad bien importante en como él impone su poder.
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Tenemos que preguntarnos, entonces, si todo el poder que se le ha otorgado y del que se ha apropiado Uribe, nos tiene viviendo en la “Uribelombia”. El término es del experto analista de medios y profesor de la Universidad de los Andes, Ómar Rincón. Los colombianos estamos ‘secuestrados’ por los saberes, prácticas, valores y decisiones del expresidente “ya que no podemos hacer nada, ni ejercer nuestra libertad sin su santísima voluntad”, dice Rincón. Su palabra es verdad para millones de votantes de las clases cómodas, los cristianos y las elites católicas, los empresarios del para qué cambiar si así me va muy bien, los medios como RCN, Caracol y muchos otros, los periodistas entregados al escándalo sin investigación. Y esa palabra, también, domina las agendas, sentires y pensares de los que no creen en él, añade Rincón. La figura de Uribe es muy dominante en el escenario nacional que tantas veces ensombrece.
Aquí hacen mucha falta ciudadanos competentes que deliberen examinen atentamente una decisión, no traguen entero, analicen y pidan razones y explicaciones, y las den cuando quieran convencer a otros. La democracia colombiana es, sin lugar a dudas, una democracia de baja intensidad, con ciudadanos pasivos, carentes de competencia, resultado de la pobrísima formación política y ciudadana que tenemos. En este medio florecen y se imponen con facilidad, políticos como Uribe. Estamos en una “democracia delegativa” la que se basa en una concepción y práctica del poder ejecutivo que presupone que este tiene el derecho, delegado por el electorado, de hacer lo que le parezca adecuado para el país. En estas democracias, el ejecutivo busca escapar al control cotidiano de la validez y la legalidad de sus acciones por parte de otros organismos públicos que son razonablemente autónomos del mismo. Un buen retrato del gobierno de Uribe se vio cuando, por ejemplo, siempre buscó manipular y controlar, el poder judicial con las “chuzadas” y el legislativo con eso tan vergonzoso de “voten antes de que los metan a la cárcel”.
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CODA. "Tuvimos que destruir la aldea para salvarla" la brutal expresión de un mayor del ejército yanqui tras la destrucción de la aldea vietnamita de Ben Tre, se ha traído a cuento ahora luego de la intervención de Álvaro Uribe en el foro Concordia Summit en Atenas, dónde “no dejó títere con cabeza” al hablar sobre la Colombia de hoy. Pero si lo que trata es de salvar al país, se le olvida que la inversión o ayuda extranjera se produciría en unos años y afectaría al gobierno del 2018 en el que él está tan esperanzado en manejarlo