Los hechos retan a la sociedad a forjar una cultura de la vida, que combata la entronización de los personeros de la riqueza material producto de la economía criminal y el poder que da la violencia.
Los comportamientos anti-culturales provocados y diseminados por personeros de la riqueza material obtenida a través de la economía ilegal y el poder que dan la tenencia de armas y la violencia, retan a dirigentes sociales y forjadores de cultura a actuar con convicción activando estrategias de largo plazo que encaren las seducciones de la ilegalidad y los mensajes mediáticos y sociales débiles para contrarrestarla.
La humillante despedida, con caravanas y camisetas memoriales, a alias inglaterra, tercer jefe del clan del Golfo, repite homenajes a otros criminales mafiosos y no es lejana a los que los miembros de las Farc han promovido para jefes guerrilleros, como alias mono jojoy o alias alfonso cano, tributos estos que también causaron escozor en ciudadanos que sí entienden que esos retos a la institucionalidad, la legalidad y la cultura, como vida y creación, deben ser contenidos con valor y mucho talento.
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Apenas contrarrestada con la bella campaña de la Arborada que convoca el Área Metropolitana del Valle de Aburrá, y presumida por la comercialización de pólvora, se teme para este 30 de noviembre una nueva edición de la “alborada”, quema masiva de pólvora herencia de prácticas de narcotraficantes y paramilitares, falsos héroes que algunos han pretendido entronizar, encontrando eco en series televisivas y músicas populares que desdicen de la función formadora de la comunicación y el arte.
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Encabezar y gestionar la construcción de la cultura de la vida, respetuosa de la democracia y la ciudadanía, compete primordialmente a autoridades públicas y culturales que comprenden su responsabilidad con la construcción de una ética pública tejida sobre valores vitalistas. A esa responsabilidad no somos ajenos los medios de comunicación, ni debemos serlo los ciudadanos. El repudio abierto y claro, con la explicación de sus razones, a estos hechos, y la denuncia de quienes violan la ley, promoviendo prácticas como la alborada o la quema de pólvora, son contribuciones eficientes a la transformación cultural por la ciudadanía participante.