La paz de la región está en peligro y nadie garantiza que la administración Trump deje a sus aliados en Latino América la responsabilidad de lidiar con una posible confrontación.
En los últimos días Juan Guaidó ha sido blanco de críticas muy duras por la imposibilidad de lograr que la cúpula castrense apoye un gobierno de transición, mientras en el país la crisis se agrava con el paso de los días. Venezuela ha estado en la agenda Trump desde enero cuando el Departamento de Estado amenazó con fuertes sanciones a los militares que continuaran su respaldo al régimen. Hasta ahora el número de generales que ha desertado es mínimo y por el contrario la represión va en aumento, gracias a los grupos paramilitares o colectivos que con su accionar violento atentan contra la oposición. Una fuerza irregular armada bajo el mando del G2 cubano.
Sacar a Maduro del poder apelando a sanciones y la guerra verbal de Trump no va a cambiar en nada la situación. El mandatario norteamericano ha dicho que “todas las opciones están sobre la mesa” lo que supondría la guerra frontal y una eventual intervención militar, pero la realidad indica lo contrario. La política exterior de Trump es la de aislarse de los conflictos y todo lo que suene a globalismo le mortifica.
La llegada de aviones y asesores militares rusos ha sido catalogada como una intervención inadmisible y en palabras de Pompeo “Rusia tiene que salir de Venezuela”. Trump se quejaba de que Barack Obama hubiera trazado una línea roja que nunca hizo cumplir cuando Putin ingresó a Siria sin que los Estados Unidos se lo impidieran. Pues ahora Trump se enfrenta a una situación idéntica en Venezuela.
La decisión del chavismo de retirarle la inmunidad parlamentaria al presidente encargado es el último eslabón de la cadena de acciones encaminadas a un posible arresto y juicio por haber violado una sentencia que le prohibía salir del país. El círculo se va cerrando. La reacción de Guaidó fue invocar el artículo 187 de la Constitución Bolivariana de modo que se autorice el ingreso de fuerzas externas, algo que la comunidad internacional ve con escepticismo pues ello desencadenaría una abierta confrontación de graves consecuencias para la región.
El gobierno Trump a través de su vocero oficial Elliott Abrams quien funge como Representante Especial para Venezuela, comienza a recular afirmando que sería prematuro aplicar esa cláusula constitucional y reiterando que si bien el panorama político y económico está empeorando, no cree que en “Europa, Canadá, Estados Unidos o América Latina estemos pensando en una reacción militar”.
Para los vecinos de Venezuela se ciernen riesgos inminentes teniendo en cuenta que la diáspora venezolana crece en la medida en que la situación empeora. La llegada de inmigrantes venezolanos a Colombia, el país que ha recibido el mayor número de refugiados, ha obligado al gobierno a destinar recursos de por sí escasos, para atender las necesidades en materia de salud, empleo y educación.
Nicolas Maduro es un aventajado alumno del carnicero sirio Assad quien se ha mantenido en el poder controlando a las milicias dotándolas de armas, al tiempo que recupera el terreno reprimiendo sin piedad a la población civil y sus opositores.
El desenlace no se conoce así muchos estimen que ya Venezuela ha llegado a un punto de no retorno o como se conoce en la jerga internacional a una república fallida. La paz de la región está en peligro y nadie garantiza que la administración Trump deje a sus aliados en Latino América la responsabilidad de lidiar con una posible confrontación.