La pobreza en nuestro país crece en amplios sectores sociales hacia la conformación de los tristemente llamados “estados o cinturones de miseria”, que en términos económicos es lo que se conoce como “pobreza extrema”.
A pesar de los muchos esfuerzos que se han realizado para resarcir los invaluables daños, tanto materiales como morales, que se han causado no sólo en las víctimas, sino en el alma de nuestra nación que acostumbrada está ya a aguantarse tantos y tan dramáticos acontecimientos que han puesto en vilo no solamente su grandeza moral e institucional, sino también a mantener en el más tremendo caos a un inmenso y creciente número de familias y de territorios que en el país siguen esperando la llegada de la Paz prometida, la cual nunca llega, mientras que cada día crecen y se fortalecen los fenómenos de violencia, desplazamiento y zozobra que los ha mantenido en la más cruel y despiadada angustia. Todo ello a la avista, como se dice en el argot popular, de propios y extraños, pues nada se ha podido hacer para evitarlo a pesar –repito- de las múltiples promesas, acciones y proyectos, inclusive ingentes y significativos esfuerzos económicos y recursos que de toda índole se han dispuesto, para tratar de aminorar los efectos del lamentable enfrentamiento que ha mantenido a Colombia desde hace muchos años en la más lamentable tragedia humana y social.
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Lo único que ha atenuado el nocivo impacto de este insensato conflicto y de esta inexplicable polarización que quiere dividir al país entre buenos y malos, entre amigos y enemigos de la paz, entre afectos o no a la reconciliación que a gritos está pidiendo la nación, es la gran capacidad de resiliencia que se ha adquirido en nuestra maltrecha patria, por quienes aún creemos en que llegará el día que este morboso conflicto que parece que beneficia a algunos, que se lucran con sus resultados y lo avivan sin ningún rubor y sin el más mínimo sentimiento de humanidad, son las habilidades adaptativas, para no desistir en su noble anhelo frente a la adversidad entre individuos, familias y comunidades que han sentido el riguroso y perverso , como inhumano e injusto, impacto de la violencia que se agita en Colombia inclusive, hay que decirlo, con la anuencia de algunos altos estamentos del Estado y la sociedad, que pareciera no importarles lo que al respecto pasa.
En medio de todo ese maremágnum de erráticas actividades por acabar con el conflicto y de grandilocuentes propuestas que -dicen- van directamente orientadas a combatir el delito, a acabar con la corrupción, a generar estrategias que permitan desactivar el litigio y sus diferencias, como seres-dirigentes civilizados y conscientes del inmenso mal que ya se ha hecho, posibilitando la paz y la reconciliación, crecen los hechos violentos y delictuales que enredan los procesos y; por el contrario, hacen cada vez más inalcanzable los objetivos de pacificación propuestos. En el más confuso ambiente político y social se siguen acrecentando algunos de los problemas que hoy tienen a nuestro país y, especialmente al común de la gente – que somos las mayorías ciudadanas- en la más tremenda angustia y desesperanza.
Por la injerencia de altos y muy influyentes líderes adversos o interesados en que el proceso de paz no continúe, se van languideciendo las esperanzas y expectativas de un pueblo y de las víctimas que no aguantan más tanta indecisión, desidia y negligencia de quienes tienen el deber misional e institucional de poner a rodar (desarrollar) el contenido de dicho proceso, afianzando y materializando los pactos y proyectos acordados después de tantos desgastes y esfuerzos realizados.
La falta de voluntad real y política para realizar los emprendimientos prometidos en materia de lucha contra la pobreza, la injusticia e inequidad social, que es lo que ha generado en nuestro país tanta desigualdad y pobreza, es lo que sigue implantando la más cruenta y penosa exclusión social y aumentando de manera dramática las injusticas y desigualdades económicas, sociales y políticas ya existentes.
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Las líneas de pobreza siguen creciendo de manera incontrolable hacia sus más bajas o mínimas expresiones; Es decir, la pobreza crece en amplios sectores sociales hacia la conformación de los tristemente llamados “estados o cinturones de miseria”, que en términos económicos es lo que se conoce como “pobreza extrema”. Todo ello es contrario a lo que se prometió en las campañas previas a la elección del actual gobierno, donde se dijo de manera tajante y categórica que una de sus mayores desvelos sería luchar y acabar con esas enormes brechas sociales y económicas que han sido inequívocamente las directamente generadoras de todo este lamentable estado de cosas en las que se sigue sumergido nuestro amado país.
Ante todo este penoso caos que está afrontando el pueblo colombiano, ante tantos esfuerzos y recursos dilapidados y malogrados, por efecto muchas veces de la desidia estatal, social y de algunos gremios frente a estos importantes e inaplazables temas nacionales, como por la posición de algunos dirigentes y, obviamente, por la agobiante corrupción administrativa y política que existe, el futuro que nos espera en materia de PAZ y lucha contra la pobreza y la exclusión social, es totalmente INCIERTO.