Vivir de lo fundamental

Autor: Luis Fernando González Gaviria
23 mayo de 2020 - 12:04 AM

Vivir de lo fundamental no es una reinvención, sino una captación profunda de la existencia que me hace ser.

Medellín

¿Qué bondades ha traído la pandemia? Esta pregunta puede sonar escandalosa y vulgar, quizá pueda concebirse como un descaro hacerla cuando hay tantas situaciones traumáticas a las que hemos estado expuestos. Pero corriendo ese riesgo, es absolutamente necesario hacerla, pues de su respuesta depende el hecho mismo de la vida y de cómo queremos seguir construyendo la existencia.

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El entramado de posibilidades que hemos edificado como sociedad y seguimos legitimando en nuestros actos, parece no estar llevándonos a construir una vida auténticamente humana. Los sofismas de distracción: entretenimiento epidérmico, búsqueda de dinero desaforado, reconocimientos ególatras, aprovechamiento del otro, puestos de poder, en fin, un sin número de situaciones que nos han robado la atención de lo fundamental, hace necesario replantear nuestra manera de vivir hoy más que nunca.

Cuando hacemos memoria de lo que hemos cargado en la vida, nos damos cuenta de que tenemos una cantidad de situaciones que estorban y hacen pesado el camino. Nos hemos llenado de tanto que lo único que hacemos es sobrevivir. En este momento histórico y con las múltiples complicaciones que nos amenazan, debemos ser capaces de decisiones profundas. Es hora de empezar a vivir de lo fundamental, no dilatemos más esta opción, pues, “una vida más humana está al alcance de nuestras manos” (Ernesto Sábato, La resistencia).

La provocación para todos es empezar a descubrir si de verdad estamos viviendo de lo fundamental, es decir, de lo que es capaz de dar sentido profundo a la existencia. Quedarnos respondiendo a la vida que se diluye en poseer es un riesgo muy peligroso. Las voces que piden volver a la “normalidad” ¿Saben lo que dicen? ¿Este pedido no será llegar al borde del abismo antropológico? ¿La normalidad no será acaso el problema?

La pandemia nos ha abierto los ojos. Estábamos muy desorientados porque absolutizamos lo relativo, le dimos permiso a lo transitorio que nos robara la atención de lo fundamental. ¿Y si vivir fuera otra cosa menos compleja y traumática? ¿Y si la felicidad tiene otro horizonte más tranquilo? ¿Y si estábamos equivocados viviendo en la normalidad? Esta es una oportunidad para rehacer el camino, para volver al encuentro con lo que somos. Estar al borde del abismo nos permite quedarnos en el límite o lanzarnos de una vez.

En medio de tantas palabras, formas y presencias, la vida se ha ido abriendo campo en este presente. La pandemia nos ha hecho conscientes de la importancia de la presencia del otro. No estamos capacitados para vivir en encierro y soledad. El vínculo precede a la existencia humana. Reconocer esta realidad originaria nos hará libres y nos sacará de la tentación de encorvarnos sobre nosotros mismos. El valor del abrazo, de la palabra pronunciada en presencia de otro, de las risas contagiosas con familia y amigos, de la libertad para salir y compartir la vida sin prevenciones… Quizá en estos pequeños detalles es donde se esconde la auténtica vida, es por lo que suspiramos hondo en estos tiempos. La vida está allí, en lo simple, sencillo y desapercibido.

Nos hemos dado el lujo de colocar lo fundamental fuera de nosotros, en cosas, en lo que se acaba y es epidérmico. Absolutizamos paradigmas enfermizos de economía, belleza, diversiones y más. Cuando la existencia nos sacude fuerte, creemos que está cerca el fin, por eso muchos piden a gritos la “normalidad”, porque están acostumbrados a vivir. Lo normal siempre dará una falsa seguridad cómoda. Por consiguiente, Enrique Martínez Lozano, en su libro ¿Qué Dios y qué salvación? Capitaliza este síntoma de la siguiente manera “Hemos quedado prisioneros de las “formas”, por haberlas identificado y confundido con el “contenido” que se vehiculaba a través de las mismas”.

¿Reinventarnos para poder vivir? No creo que sea una buena opción en tiempos de crisis, más aún, no creo que tengamos esta capacidad tan clara para poder hacerlo en este momento caótico. La reinvención de la que muchos hablan termina siendo un camuflaje para responder a las mismas necesidades de siempre. Aquí no hay reinvención de nada, es la misma mentalidad que se eterniza con nombre distinto. Es la dinámica necesidad-suplir que expulsa la conciencia profunda de la vida.

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Vivir de lo fundamental no es una reinvención, sino una captación profunda de la existencia que me hace ser. Es encontrarme con lo que soy y me hace feliz. Esta existencia que es don se hace corta para malgastarla en improvisaciones vacías. ¿Cómo aflora lo fundamental en nosotros? Teniendo la osadía de cambiar de manera de pensar, por tanto, “si cambia la mentalidad del hombre, el peligro que vivimos es paradójicamente una esperanza. Podremos recuperar esta casa que nos fue míticamente entregada. La historia siempre es novedosa. Por eso a pesar de las desilusiones y frustraciones acumuladas, no hay motivo para descreer del valor de las gestas cotidianas. Aunque simples y modestas, son las que están generando una nueva narración de la historia, abriendo así un nuevo curso al torrente de la vida” (Ernesto Sábato, La resistencia).

 

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