Hoy —lastimosamente— no parece haber el mismo vigor. Muchos de ellos han declarado a la prensa sus decepciones.
En mi primera columna de opinión publicada por el EL MUNDO, escribí sobre la necesidad de enfocar todos los esfuerzos en municipios como Ituango: Territorios con amplias capacidades en lo ambiental, lo agrícola, lo turístico y lo industrial, pero que con el silencio de los fusiles requerían de decisión, apoyo y coherencia para construir —o reparar— lo que por años fue destruido por la guerra. Ahora no se puede dejar, como agua entre las manos, la posibilidad de construir paz territorial.
Los movimientos sociales, campesinos y de víctimas de Ituango, fueron durante los años de las negociaciones de paz entre el gobierno Nacional y las Farc, de los más enérgicos defensores de las bondades de la finalización del conflicto armado por la vía negociada. Se izaron banderas blancas, hubo marchas, plantones, comunicados. Ituango tenía esperanza en vivir días de posconflicto.
Hoy —lastimosamente— no parece haber el mismo vigor. Muchos de ellos han declarado a la prensa sus decepciones. Y no es para menos. Todo lo que se advirtió que no podía pasar, está pasando: Disputas territoriales por las rentas criminales entre disidencias y bandas criminales, civiles en medio del fuego cruzado, comunidades enteras huyendo de su terruño.
Más allá de la desmovilización de las Farc en Ituango, de ver los jefes históricos de esa guerrilla ejerciendo el derecho al voto en una escuelita rural del municipio, el mayor reto era consolidar la presencia de la fuerza legítima del Estado en cada uno de los espacios por ese grupo insurgente. Pero la incompetencia se quedó en trámites y micrófonos. Entre el gobierno nacional y departamental parece no haber entendimiento más allá de declaraciones chuecas de los martes; mientras el departamental le impuso al local, unos Cuerpos de Paz de los que poco se sabe.
Atrás quedaron las razones de la esperanza de los habitantes de Ituango. Ejemplos como las jornadas de votación de Presupuesto Participativo en los que la comunidad eligió comprar una recua de mulas para que la comunidad indígena Jaidukamá tuviera como salir con mayor facilidad a un centro poblado. Hablábamos de días de dignidad y esperanza en comunidades que hoy están confinadas por enfrentamientos entre narcos.
Hace unos meses llegó una de las pocas noticias que en Ituango han celebrado en días de posconflicto. El desmonte de las trincheras del parque principal; no es que no quisieran al Ejército, es que quieren ese lugar para la educación y el futuro de sus jóvenes. Ahora el cuartel, podrá ser una universidad.
Denle la oportunidad a Ituango de no vivir en un ambiente hostil. Tiene en su territorio la obra de infraestructura más importante del país, si fracasan ellos en su propósito de construir Estado y generar desarrollo, fracasamos todos.