Apostarle a la cultura ciudadana requiere asumir los postulados de la defensa de la vida como la primera bandera ética.
Bastante controversia generó en la opinión pública de Medellín el video en el que se ve a un par de hombres —uno de ellos menor de edad— tendidos en el piso al lado de una motocicleta y suplicando por una ayuda médica después de haber sido embestidos por el conductor de una camioneta a quien, al parecer, los motociclistas lo intimidaron minutos antes con un arma de fogueo y hurtado sus pertenencias.
La cadena de reacciones que suscitó el hecho presentó una paleta de justificaciones: que la defensa propia, la venganza o la justicia por mano propia. En cada una de las posibilidades cada quien buscaba persuadir cómo habría actuado estando al timón de esa camioneta recién atracada. Cada quien hablando presa de sus propias emociones.
En medio de las voces de una turba de perfiles incógnitos, el mandatario local que llenó al cargo de alcalde de Medellín enarbolando las banderas de la cultura ciudadana escribió: “Quienes deben ir a la cárcel son los criminales (los victimarios), no las víctimas”; tras las voces que desde lo jurídico advertían de la posibilidad de iniciar un proceso penal en contra del conductor de la camioneta por su reacción. Parece apenas lógico y justo que así sea, pero me quedé preguntando sobre cómo sería la emisión de ese juicio.
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La respuesta llegó cómo menos lo esperaba. Estaba cerca al parque de Belén cuando escuché ¡tas! ¡tas!, dos disparos seguidos de un acelerón de una moto y un coro de voces gritando ¡cójanlo! ¡cójanlo! La escena terminó con un hombre vestido de civil corriendo con un revólver en la mano en búsqueda del motociclista.
Los disparos se hicieron para evitar un robo que al parecer estaba cometiendo el motociclista que huyó del lugar a toda velocidad. Fácilmente uno de esos disparos me pudo impactar a mí o cualquier otro transeúnte, pues estábamos a unos 100 metros del hecho. Si eso hubiera ocurrido ¿quién es la víctima? ¿quién el victimario?
Hablar desde el ethos requiere sobre todo de coherencia. Apostarle a la cultura ciudadana requiere asumir los postulados de la defensa de la vida como la primera bandera ética, por amplia que parezca la distancia marcada con la sed de justicia clamada por las mayorías. A la cárcel debe ir quien transgredió la ley y un juez determine ese como su castigo.
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Vale la pena no cerrar la discusión (porque no son casos aislados) y preguntarnos qué tipo de sociedad queremos ser. Una que consigue resultados en la reducción en el número de muertes violentas empujando desde lo pedagógico y lo coercitivo la prohibición al porte de armas como se hizo en los gobiernos de Antanas Mockus en Bogotá o una que —ni siquiera desde lo simbólico— la justicia por mano propia y aún no así no consigue reducir el número de muertes violentas. Yo creo que nada justifica el homicidio.